Cientos de personas abarrotan las calles para rendir culto a La Soledad, que compensó a los zamoranos en una tarde fría pero con el cielo despejado.
A las ocho de la tarde, San Juan abrió sus puertas para que el pueblo viera a su Virgen. El himno nacional fue la bienvenida de una ciudad ávida de profesión y de fe.
Una Soledad caminante en un manto de frescas flores blancas y moradas.
Como siempre, sus lágrimas y las manos entrelazadas buscando amparo en el tacto de un humilde rosario.
Las damas desfilaron por vez primera dentro de la Congregación tras integrarse hombres y mujeres en la cofradía
En las filas, mujeres y niñas con la medalla de la Soledad tintineando, a veces incluso golpeando la tulipa que ofrece esa luz limpia que otorgan las nuevas velas de cera líquida.
Muchísima participación, lo que demuestra que la devoción por la Virgen de San Juan está más viva que nunca.
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