viernes, 29 de abril de 2022

¡ ECCE HOMO!!

¡MIRAD AL HOMBRE! 



Los soldados de Roma se han reunido burlones y crueles en torno a Jesús:

 —Ya que dicen los judíos que se proclama Rey, vamos a coronarlo —dice uno, trayendo una corona tejida con espinas y metiéndosela de golpe en la cabeza. 

Todos ríen y aceptan la ceremonia. Este ayuda a clavarle las espinas en las sienes, aquel busca una caña para que haga de cetro, el otro trae un manto viejo para echárselo a la espalda. 

Y mientras la cabeza del Rey siente un dolor acerado en las sienes, la frente y la nuca, y mientras por su rostro sereno corren gotas de roja sangre, ellos fingen reverenciarle.



 Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: —¡Salve, rey de los judíos! Luego le escupían; le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada le burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa.


 Los salivazos, la sangre, el sudor y el polvo de la estancia quieren ocultar la majestad y hermosura de aquellos ojos y aquella cara que los ángeles desean contemplar. Nada detiene la furia de los soldados, instigados sin duda ninguna por el mismo Satanás, eterno enemigo del Nazareno, pues ellos solos, ¿qué interés habían de tener en martirizarle tanto? 



Cuando aparece Pilato, se apartan los soldados, y queda Jesús expuesto a las miradas del Presidente, que debió de conmoverse ante aquella visión de dolor y mansedumbre. Tomó a Jesús, impuso silencio a los que hervían en la plaza, y gritó:

 —Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en el ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dice: —¡Ecce homo! ¡Aquí tenéis al hombre! 



Con estas palabras dijo más de lo que quiso, más de lo que supo. Quería decir Pilato: 

 —Mirad aquí al Hombre que me habéis traído como muy peligroso. Vedle deshecho, dejadle ir a su casa, que pronto morirá. 

Mas sus palabras significarán eternamente: Ecce Homo, mirad aquí al hombre: al Hombre perfecto, al Hombre a quien mira Dios, al Hombre a quien todos los hombres debemos mirar, al Hombre que nos hace mirar a Dios. 

Pero Piloto tenía ya perdida la batalla. 

Cuando los sacerdotes y sus guardias vieron cómo sacaba a Jesús, gritaron más:

 —¡Crucifícalo. crucifícalo! Pilato les dijo: —Lleváoslo vosotros, y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.

 Entonces los judíos, como en último esfuerzo por sujetar la victoria que ya creen tocar con las manos, acuden al argumento que nunca hubieran querido emplear ante el romano: 



—Nosotros tenemos una ley; y según esta ley debe morir, porque se ha declarado Hijo de Dios. 

No dijeron esto al principio. Le acusaron únicamente de crímenes políticos ante el ateo Pilato, ellos que en su tribunal religioso le habían condenado por hacerse Hijo de Dios. 

Al fin, tienen que repetir esta acusación, pues ven que las demás no bastan. Así morirá Jesús como él quiere morir: como mártir de su divinidad. 

Por eso, ¡cómo yerran algunos revolucionarios modernos, cuando para cohonestar su propia conducta, escriben que Jesús fue sentenciado por revolucionario, por independentista frente a Roma, y que Pilato pronunció sentencia justa, cumpliendo fielmente su oficio de gobernador romano! Para desbaratar calumnia tan monstruosa, apelo a la frase repetida por el mismo Pilato:

 —Yo no encuentro ninguna culpa en este hombre. 

 Pero ahora, cuando oye decir a los judíos que Jesús se declara Hijo de Dios, teme encontrarse ante un ser de ascendencia misteriosa, le mira al rostro ensangrentado, y le pregunta: 

—¿De dónde eres tú?



 Jesús calla. ¿Qué va a decir al juez cobarde, que, reconociéndolo inocente, mando azotarlo con tanta crueldad? Este silencio ensoberbece al romano:

 —¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para libertarte?

 Esta arrogante afirmación es la sentencia condenatoria de Pilato. Tiene poder para libertar al inocente, y lo entrega a los enemigos; su falta es inexcusable. 

—No tendrías sobre mí poder ninguno, si no se te hubiese dado de arriba. 

Así le responde Jesús noblemente, invitándole a pensar que deberá rendir cuentas de su gobierno al Autor de todo poder. Pilato quería dejarlo libre; pero los príncipes se lanzan al supremo recurso, al ataque personal contra Pilato:

 —Si das libertad a ése, no eres amigo del Emperador. Porque todo el que se hace Rey, va contra el Emperador.

 El Presidente no puede resistir más. Se siente vencido. Es el tipo del hombre que no sabe lanzar un ¡no! rotundo al principio de la tentación y luego muerde su derrota, y se refugia en el miserable consuelo de insultar a sus vencedores. 



Pilato los insulta sentando a Jesús en su propio tribunal, como para decirles que tienen un rey de comedia, según nos sigue refiriendo San Juan:

 Pilato, entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman Enlosado (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua hacia el mediodía. Y dice Pilato a los judíos: Aquí tenéis a vuestro Rey. 398 Ellos gritaron: —¡Fuera, fuera: crucifícalo! Pilato les dice: —¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los Sumos Sacerdotes: —No tenemos más rey que el Emperador. 

Es la proclamación oficial de la apostasía de Israel. Hasta ahora era el pueblo de Dios, su Rey era el Señor. Hoy se entregan al poder de un extranjero. 

Viendo, pues, Pilato que no adelantaba nada, sino que iba creciendo el alboroto, pidió agua y lavóse las manos delante del pueblo, diciendo: —Ya soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros! Y respondió todo el pueblo, diciendo: —Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. 




Estaba terminado el juicio. Ibis ad crucero, dijo en latín Pilato. empleando la fórmula oficial con que se decretaba el suplicio de la crucifixión, Irás a la cruz. 

miércoles, 27 de abril de 2022

JESUS AZOTADO Y ATADO

  ATADO Y AZOTADO 



Entonces tomó Pilato a Jesús, y le hizo azotar. El Evangelio no dice más. No necesitaban mas pormenores los primeros cristianos, porque bien sabían que el tormento de los azotes era horriblemente doloroso y vergonzoso. 

 Doloroso, por los brazos que azotaban y por los instrumentos empleados. Eran éstos el flagrum y el flagelum. 



El flagrum consistía en dos ramales de cuero con dobles bolas de hierro en ambas puntas. El efecto que producía sobre las espaldas del condenado aparece descrito en los autores romanos con palabras que significan aplastar, machacar, contundir. destrozar. 

El flagelum —diminutivo de flagrum— era de nervios de buey entrelazados y armados a lo largo con huesecillos o ruedecitas de metal. Su efecto sobre las carnes era cortar, abrir. desgarrar. Vergonzoso, por imponerse únicamente a los vencidos y a los esclavos (no a los ciudadanos romanos), después de haberles desnudado de todo el cuerpo o a lo menos de la cintura para arriba.



 

Tormento de tanta vergüenza y dolor, que Cicerón lo llamó la mitad de la muerte, y de hecho morían a veces bajo el horrible flagelo. Los que escapaban con vida quedaban rotos, enrojecidos, magullados, lanzando aullidos espantosos y palpitando en convulsiones de agonía. No sólo a las espaldas, sino a los brazos, pecho, piernas y todos los miembros del azotado llegaban las horribles uñas del látigo, movido por lictores sin piedad. Casos hubo en que saltaron los ojos y los dientes, y quedaron al descubierto las venas y las entrañas. 

Tormento de tanta vergüenza y dolor, que el mismo Jesús, paciente y sufrido hasta lo último, cuando anunciaba la Pasión a sus amigos, no lo podía callar: 

—Me azotarán, me azotarán... 



Y a ese tormento condena Pilato a Jesús, después de haber proclamado su inocencia, nada mas que por salir del paso. El piensa que cuando le vean triturado por los golpes, se darán por satisfechos y le dejaran marchar a su casa. Por eso da orden de que le atormenten hasta que llegue a inspirar compasión.

 No necesitaban más los verdugos. Toman los azotes, los prueban, los agitan en el aire, se remangan, aprestan cuerdas y aguardan de pie junto a la columna.



 Es un sótano circular, al cual se desciende desde el patio del Pretorio por una escalerilla de piedra. Jesús empieza a bajar  conducido por dos legionarios del ejército de Roma.

 Mira hacia abajo; ve el suelo con manchones de sangre seca y pisoteada, restos de otras víctimas que pasaron por allí; ve la columna baja de piedra con una argolla de hierro; ve los dos atormentadores, que le miran impasibles, mostrándole su flagrum en la mano derecha. 

Cómo siente en su Corazón Jesús Nazareno aquella palabra del salmo antiguo: «Yo estoy preparado para los azotes; mi dolor está siempre ante mis ojos.» A cada escalón que baja, va diciendo; 



—Padre mío, estoy preparado... Llega. Le quitan las cuerdas de las muñecas, le mandan desnudarse, y Jesús obedece. 

Amarran otra vez sus manos juntas, pasan los cordeles por la argolla, dan un tirón, y queda el Hijo de Dios encorvado hacia adelante, como una res bajo el cuchillo. Las látigos describen rápidos círculos en el aire con silbidos de amenaza. 

A la señal del jefe de los lictores, se lanzan con espantosa violencia sobre la espalda desnuda, y suena el primer golpe. Jesús ha sentido vivísimo dolor. Todo su bendito cuerpo se estremece; mas persevera firme, y levanta al cielo sus ojos que se cubren de lágrimas. 



Rasgase en seguida el aire y vuelven a caer restallantes y crueles sobre la espalda las correas armadas de hierro. La piel se enrojece, se rompe. Movidos por feroz porfía, cada uno de los verdugos se esfuerza por recorrer la espalda, el pecho, las piernas con el terrible instrumento. 

Parece que el suelo retiembla y que el espacio se atruena con el chasquido de los azotes, mientras el cuerpo de Jesús ofrece a los ojos lastimero espectáculo y su sangre enrojece los látigos, la columna, la tierra y hasta las manos de los sayones... ¡Sangre de Cristo! 

Bajo la fiera granizada, el cuerpo se ha inclinado más sobre la columna, aunque todavía se mantiene de pie; los brazos tiemblan, el Corazón late apresurado, los ojos miran arriba... ¡Padre mío, cúmplase tu voluntad...! ¡Cuánto cuesta a Jesús la reconciliación de los hombre con su Padre! Mandaba una ley judía que los que cometiesen cierta clase de pecados contra la pureza fuesen castigados con este suplicio horroroso.



 El Hijo de la Virgen, purísimo, santísimo, se ha puesto en nuestro lugar. ¡Cuántos y qué horrendos son los pecados de la carne: cuánto queda todavía que sufrir a Jesús! Terminada la flagelación, sueltan las cuerdas, y Jesús cae en tierra sobre su sangre. Extiende las manos para tomar la túnica, y ellos no se la dan.

 Cuando se ha vestido, le obligan a subir, le arrastran hasta un poyo que hay en el atrio, llaman a los demás soldados, y allí se disponen a divertirse con el azotado, mientras llegan las órdenes del Presidente. 



lunes, 25 de abril de 2022

JESÚS POR SEGUNDA VEZ ANTE PILATOS


 ¿A QUIÉN DE LOS DOS? 




De nuevo el Señor es conducido al Pretorio entre sus enemigos. Según avanza el día, hay más gente por la calle y la vergüenza de Jesús es mayor. ¡Vestido y tratado de loco ven ahora los hijos de Jerusalén al que tenían por Maestro sabio y santo! 

Cuando Pilato ve llegar a Jesús, comprende que ha fracasado su primer intento de librarse de este asunto sin molestar a los judíos. 

Se entera de la respuesta de Heredes, y sale otra vez para decir a los Magistrados y a la gente que se va reuniendo en la plaza:

 —Me habéis presentado este hombre como amotinador del pueblo, y ya habéis visto qué preguntándole yo ante vosotros no hallé en él ningún delito de esos que le imputáis.

 Ni Herodes tampoco porque nos lo ha remitido, y ya veis que nada digno de muerte se le ha probado.-

 Bien advertía Pilato las torvas miradas que sus palabras suscitaban en los enemigos de Jesús. Un segundo arbitrio se le ocurre para salir del paso y contentar a todos. 



Era costumbre que en la Pascua indultase a un preso, escogido por el pueblo. Mientras él esta discutiendo con los príncipes, un gran tropel de gente desemboca en la plaza y empieza a pedir el indulto acostumbrado.

 De esta manera ha comenzado la intervención del pueblo en el proceso de Jesús. Hasta ahora lo han llevado todo los jefes del pueblo. Pilato piensa: 

«—En vez de dejarles elegir el que quieran, les obligaré a llevarse libre al Nazareno.»

 Por eso, manda traer a Barrabás, un preso famoso. Condenado a muerte. 

Lo muestra al pueblo junto a Jesús y pregunta:




 —¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? 

Y aguarda la respuesta, dejándoles deliberar. Le parece que nadie querrá la libertad de Barrabas, encarcelado por sedicioso y homicida y ladrón. «El pueblo —piensa el Presidente— no aborrecerá a Jesús como los fariseos; pedirá su indulto, y así podré soltarlo, sin quedar disgustado con éstos». 

Pasado el tiempo suficiente, sale otra vez, y teniendo a Jesús a su lado, dice: 

—¿A quién de los dos queréis que os suelte? A una voz exclama toda la turba: 

—¡Quita a ése y suéltanos a Barrabás! 

Espantado queda Pilato ante esta elección. ¿Como es posible que la gente grite contra Jesús lo mismo que los jefes? ¿Qué ha ocurrido en la plaza? Intentemos una breve explicación: A lo largo del drama de Jesús, hemos visto al pueblo ordinariamente adicto al Maestro, mientras los dirigentes le hacían enconada guerra. Llegamos ahora al acto supremo. El triunfo tiene que decidirse por aquél o por éstos. ¿A quién se inclinará el pueblo, que por vez primera aparece como actor de la Pasión en este momento en que Pilato pregunta: 

—¿A quién de los dos queréis? Si estuvieran en esta plaza todos aquellos hombres, mujeres y niños que oyeron las palabras de Jesús en Galilea y Perea; si estuvieran aquí aquellos cinco mil y cuatro mil que él alimentó en el desierto: aquellos cojos, ciegos y leprosos que el curó, aquellos pecadores que él perdonó y consoló; aquellos padres y madres cuyos hijos resucitó; si estuvieran aquí todos los que hace cinco días —el Domingo de las palmas y los cantos— le aclamaban como Rey pacífico, no llegaría ahora a los oídos de Pilato ese grito triunfador:

 ¡Quitaras a ése; suéltanos a Barrabás! 



Pero llenan la plaza gentes bajas y turbulentas, que han venido a sacar un preso de la cárcel romana para llevárselo a hombros por las calles de Jerusalén, como trofeo de un miserable triunfo sobre el Emperador. Y gentes que viven de las sobras de los príncipes y fariseos, que los adulan y sirven; que han sido pagadas por ellos para vociferar contra el Nazareno. Lo más bajo de la ciudad, que son la mayoría, y entre ellos algunos honrados, algunos amigos, que no se atreven a gritar porque son la minoría. 

Esos llenan la plaza. Y entre ellos, olvidando su nombre y su dignidad, se mezclan los príncipes, los sabios, los sacerdotes, los ancianos de Israel, los que eran pastores del pueblo y se han convertido en lobos. 



Ellos son los que más gritan, ellos son los que seducen a las masas: 

—¡Pedid que suelte a Barrabás! ¡A Barrabas! Barrabás ¡no es peligroso! ¡El Nazareno, sí! ¡Pedid que mate al Nazareno! ¡Que lo crucifique, pedid que lo crucifique! Pilato no había medido todo el odio de los jefes judíos contra Jesús. Por eso, queda espantado cuando oye la respuesta: —¡Suéltanos a Barrabás! 

Y pregunta por segunda vez, 

—¿Qué haré entonces de Jesús Nazareno, llamado el Cristo? ¡Que lo mate, pedidle que lo mate! —silban los señores, serpenteando por todo el pueblo. 

Y en el silencio que impera Pilato e imponen sus legionarios a fuerza de golpe, vibran la pregunta y la respuesta que determinarán el destino de aquel pueblo: 

—¿Qué haré de Jesús Nazareno? —¡Crucifícalo, crucifícalo! 




Horrorizado queda el Presidente. Va de fracaso en fracaso. Vuelve a preguntar, indignado contra aquella muchedumbre que aumenta, según crece el día:

 —Pues ¿qué mal ha hecho? 

 Ya no se discurre, ya no se aguarda. Ya sólo es tiempo de triunfar definitivamente sobre el débil representante del poder más fuerte del mundo: —¡Crucifícalo, crucifícalo! ¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato muerde la lengua. Confiesa su segunda derrota dejando libre a Barrabás, el homicida, el ladrón. Y busca un tercer recurso que le permita complacer a los judíos sin crucificar a Jesús, cuya inocencia le impresiona; y más todavía. cuando en uno de estos intervalos recibe un angustiado aviso de su mujer: —No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.




 Para quedar persuadido de la inocencia de Jesús, Pilato no necesitaba avisos, ni siquiera el de una pesadilla nocturna, que parecía de origen sobrenatural y traía una nueva punzada a la conciencia del Presidente. Bien convencido estaba de que el Nazareno era inocente, victima de la envidia y del odio; había repetido que no encontraba causa ninguna para condenarle a muerte, su conciencia de juez romano le exigía ponerlo en libertad; pero... ahí estaban los judíos clamando contra Jesús. Pilato no tuvo coraje para superarlos, ¡y encontró la nueva escapatoria que le permitiría satisfacerlos, sin quedar él atormentado por el remordimiento de haber impuesto una pena de muerte totalmente injusta! Gritó, pues, a los judíos:

 —Le castigaré y le dejaré libre. Y se retira a dar órdenes, mientras la explanada ante el Pretorio hierve cada vez con más sol, cada vez con más gente.