PROCESIÓN DEL YACENTE
Con tres procesiones suspendidas y varias con el recorrido reducido, la sombra de la duda se cernía anoche sobre San Cipriano, nuevo templo de salida de Jesús Yacente desde que Santa María la Nueva —sede habitual— está inmersa en un largo proceso de restauración.
A eso de las once de la noche, las puertas del templo románico se abrieron para comenzar a despedir, de tres en tres, los numerosos hermanos que componen el ritual de cada año.
Con un entorno repleto de fieles, las escaleras de San Cipriano fueron testigo del lento peregrinar de los hermanos, ataviados con su túnica de estameña y caperuz largo, indumentaria clásica de la noche del Jueves Santo.
Y como siempre, el habitual catálogo de sonidos de la madrugada más larga. El golpe continuo de los hachones sobre el suelo que marca el latir de la noche más larga. O el roce constante de las cruces de penitencia que denotan el peso de la carga. O las campanillas del viático, que llaman al silencio a una ciudad que espera ya ver el cadáver de Jesús Yacente, esta vez cubierto por un plástico ante el peligro de lluvia.
Bajo la mirada atenta de los muchos fieles que se concentraron en San Cipriano, fueron muchos los minutos que pasaron desde la apertura de puertas hasta que fueron desfilando los distintos símbolos de la Pasión, como los clavos o la corona de espinas.
Una complicada maniobra permitió sacar las andas de la imagen titular para completar una procesión que ya miraba al punto álgido de la noche, el esperado canto del Miserere en la plaza de Viriato, al que muchos califican como pilar de la Semana Santa, que anoche muchos escucharon en la distancia a través de la radio.
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