viernes, 29 de abril de 2022

¡ ECCE HOMO!!

¡MIRAD AL HOMBRE! 



Los soldados de Roma se han reunido burlones y crueles en torno a Jesús:

 —Ya que dicen los judíos que se proclama Rey, vamos a coronarlo —dice uno, trayendo una corona tejida con espinas y metiéndosela de golpe en la cabeza. 

Todos ríen y aceptan la ceremonia. Este ayuda a clavarle las espinas en las sienes, aquel busca una caña para que haga de cetro, el otro trae un manto viejo para echárselo a la espalda. 

Y mientras la cabeza del Rey siente un dolor acerado en las sienes, la frente y la nuca, y mientras por su rostro sereno corren gotas de roja sangre, ellos fingen reverenciarle.



 Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: —¡Salve, rey de los judíos! Luego le escupían; le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada le burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa.


 Los salivazos, la sangre, el sudor y el polvo de la estancia quieren ocultar la majestad y hermosura de aquellos ojos y aquella cara que los ángeles desean contemplar. Nada detiene la furia de los soldados, instigados sin duda ninguna por el mismo Satanás, eterno enemigo del Nazareno, pues ellos solos, ¿qué interés habían de tener en martirizarle tanto? 



Cuando aparece Pilato, se apartan los soldados, y queda Jesús expuesto a las miradas del Presidente, que debió de conmoverse ante aquella visión de dolor y mansedumbre. Tomó a Jesús, impuso silencio a los que hervían en la plaza, y gritó:

 —Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en el ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dice: —¡Ecce homo! ¡Aquí tenéis al hombre! 



Con estas palabras dijo más de lo que quiso, más de lo que supo. Quería decir Pilato: 

 —Mirad aquí al Hombre que me habéis traído como muy peligroso. Vedle deshecho, dejadle ir a su casa, que pronto morirá. 

Mas sus palabras significarán eternamente: Ecce Homo, mirad aquí al hombre: al Hombre perfecto, al Hombre a quien mira Dios, al Hombre a quien todos los hombres debemos mirar, al Hombre que nos hace mirar a Dios. 

Pero Piloto tenía ya perdida la batalla. 

Cuando los sacerdotes y sus guardias vieron cómo sacaba a Jesús, gritaron más:

 —¡Crucifícalo. crucifícalo! Pilato les dijo: —Lleváoslo vosotros, y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.

 Entonces los judíos, como en último esfuerzo por sujetar la victoria que ya creen tocar con las manos, acuden al argumento que nunca hubieran querido emplear ante el romano: 



—Nosotros tenemos una ley; y según esta ley debe morir, porque se ha declarado Hijo de Dios. 

No dijeron esto al principio. Le acusaron únicamente de crímenes políticos ante el ateo Pilato, ellos que en su tribunal religioso le habían condenado por hacerse Hijo de Dios. 

Al fin, tienen que repetir esta acusación, pues ven que las demás no bastan. Así morirá Jesús como él quiere morir: como mártir de su divinidad. 

Por eso, ¡cómo yerran algunos revolucionarios modernos, cuando para cohonestar su propia conducta, escriben que Jesús fue sentenciado por revolucionario, por independentista frente a Roma, y que Pilato pronunció sentencia justa, cumpliendo fielmente su oficio de gobernador romano! Para desbaratar calumnia tan monstruosa, apelo a la frase repetida por el mismo Pilato:

 —Yo no encuentro ninguna culpa en este hombre. 

 Pero ahora, cuando oye decir a los judíos que Jesús se declara Hijo de Dios, teme encontrarse ante un ser de ascendencia misteriosa, le mira al rostro ensangrentado, y le pregunta: 

—¿De dónde eres tú?



 Jesús calla. ¿Qué va a decir al juez cobarde, que, reconociéndolo inocente, mando azotarlo con tanta crueldad? Este silencio ensoberbece al romano:

 —¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para libertarte?

 Esta arrogante afirmación es la sentencia condenatoria de Pilato. Tiene poder para libertar al inocente, y lo entrega a los enemigos; su falta es inexcusable. 

—No tendrías sobre mí poder ninguno, si no se te hubiese dado de arriba. 

Así le responde Jesús noblemente, invitándole a pensar que deberá rendir cuentas de su gobierno al Autor de todo poder. Pilato quería dejarlo libre; pero los príncipes se lanzan al supremo recurso, al ataque personal contra Pilato:

 —Si das libertad a ése, no eres amigo del Emperador. Porque todo el que se hace Rey, va contra el Emperador.

 El Presidente no puede resistir más. Se siente vencido. Es el tipo del hombre que no sabe lanzar un ¡no! rotundo al principio de la tentación y luego muerde su derrota, y se refugia en el miserable consuelo de insultar a sus vencedores. 



Pilato los insulta sentando a Jesús en su propio tribunal, como para decirles que tienen un rey de comedia, según nos sigue refiriendo San Juan:

 Pilato, entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman Enlosado (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua hacia el mediodía. Y dice Pilato a los judíos: Aquí tenéis a vuestro Rey. 398 Ellos gritaron: —¡Fuera, fuera: crucifícalo! Pilato les dice: —¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los Sumos Sacerdotes: —No tenemos más rey que el Emperador. 

Es la proclamación oficial de la apostasía de Israel. Hasta ahora era el pueblo de Dios, su Rey era el Señor. Hoy se entregan al poder de un extranjero. 

Viendo, pues, Pilato que no adelantaba nada, sino que iba creciendo el alboroto, pidió agua y lavóse las manos delante del pueblo, diciendo: —Ya soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros! Y respondió todo el pueblo, diciendo: —Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. 




Estaba terminado el juicio. Ibis ad crucero, dijo en latín Pilato. empleando la fórmula oficial con que se decretaba el suplicio de la crucifixión, Irás a la cruz. 

miércoles, 27 de abril de 2022

JESUS AZOTADO Y ATADO

  ATADO Y AZOTADO 



Entonces tomó Pilato a Jesús, y le hizo azotar. El Evangelio no dice más. No necesitaban mas pormenores los primeros cristianos, porque bien sabían que el tormento de los azotes era horriblemente doloroso y vergonzoso. 

 Doloroso, por los brazos que azotaban y por los instrumentos empleados. Eran éstos el flagrum y el flagelum. 



El flagrum consistía en dos ramales de cuero con dobles bolas de hierro en ambas puntas. El efecto que producía sobre las espaldas del condenado aparece descrito en los autores romanos con palabras que significan aplastar, machacar, contundir. destrozar. 

El flagelum —diminutivo de flagrum— era de nervios de buey entrelazados y armados a lo largo con huesecillos o ruedecitas de metal. Su efecto sobre las carnes era cortar, abrir. desgarrar. Vergonzoso, por imponerse únicamente a los vencidos y a los esclavos (no a los ciudadanos romanos), después de haberles desnudado de todo el cuerpo o a lo menos de la cintura para arriba.



 

Tormento de tanta vergüenza y dolor, que Cicerón lo llamó la mitad de la muerte, y de hecho morían a veces bajo el horrible flagelo. Los que escapaban con vida quedaban rotos, enrojecidos, magullados, lanzando aullidos espantosos y palpitando en convulsiones de agonía. No sólo a las espaldas, sino a los brazos, pecho, piernas y todos los miembros del azotado llegaban las horribles uñas del látigo, movido por lictores sin piedad. Casos hubo en que saltaron los ojos y los dientes, y quedaron al descubierto las venas y las entrañas. 

Tormento de tanta vergüenza y dolor, que el mismo Jesús, paciente y sufrido hasta lo último, cuando anunciaba la Pasión a sus amigos, no lo podía callar: 

—Me azotarán, me azotarán... 



Y a ese tormento condena Pilato a Jesús, después de haber proclamado su inocencia, nada mas que por salir del paso. El piensa que cuando le vean triturado por los golpes, se darán por satisfechos y le dejaran marchar a su casa. Por eso da orden de que le atormenten hasta que llegue a inspirar compasión.

 No necesitaban más los verdugos. Toman los azotes, los prueban, los agitan en el aire, se remangan, aprestan cuerdas y aguardan de pie junto a la columna.



 Es un sótano circular, al cual se desciende desde el patio del Pretorio por una escalerilla de piedra. Jesús empieza a bajar  conducido por dos legionarios del ejército de Roma.

 Mira hacia abajo; ve el suelo con manchones de sangre seca y pisoteada, restos de otras víctimas que pasaron por allí; ve la columna baja de piedra con una argolla de hierro; ve los dos atormentadores, que le miran impasibles, mostrándole su flagrum en la mano derecha. 

Cómo siente en su Corazón Jesús Nazareno aquella palabra del salmo antiguo: «Yo estoy preparado para los azotes; mi dolor está siempre ante mis ojos.» A cada escalón que baja, va diciendo; 



—Padre mío, estoy preparado... Llega. Le quitan las cuerdas de las muñecas, le mandan desnudarse, y Jesús obedece. 

Amarran otra vez sus manos juntas, pasan los cordeles por la argolla, dan un tirón, y queda el Hijo de Dios encorvado hacia adelante, como una res bajo el cuchillo. Las látigos describen rápidos círculos en el aire con silbidos de amenaza. 

A la señal del jefe de los lictores, se lanzan con espantosa violencia sobre la espalda desnuda, y suena el primer golpe. Jesús ha sentido vivísimo dolor. Todo su bendito cuerpo se estremece; mas persevera firme, y levanta al cielo sus ojos que se cubren de lágrimas. 



Rasgase en seguida el aire y vuelven a caer restallantes y crueles sobre la espalda las correas armadas de hierro. La piel se enrojece, se rompe. Movidos por feroz porfía, cada uno de los verdugos se esfuerza por recorrer la espalda, el pecho, las piernas con el terrible instrumento. 

Parece que el suelo retiembla y que el espacio se atruena con el chasquido de los azotes, mientras el cuerpo de Jesús ofrece a los ojos lastimero espectáculo y su sangre enrojece los látigos, la columna, la tierra y hasta las manos de los sayones... ¡Sangre de Cristo! 

Bajo la fiera granizada, el cuerpo se ha inclinado más sobre la columna, aunque todavía se mantiene de pie; los brazos tiemblan, el Corazón late apresurado, los ojos miran arriba... ¡Padre mío, cúmplase tu voluntad...! ¡Cuánto cuesta a Jesús la reconciliación de los hombre con su Padre! Mandaba una ley judía que los que cometiesen cierta clase de pecados contra la pureza fuesen castigados con este suplicio horroroso.



 El Hijo de la Virgen, purísimo, santísimo, se ha puesto en nuestro lugar. ¡Cuántos y qué horrendos son los pecados de la carne: cuánto queda todavía que sufrir a Jesús! Terminada la flagelación, sueltan las cuerdas, y Jesús cae en tierra sobre su sangre. Extiende las manos para tomar la túnica, y ellos no se la dan.

 Cuando se ha vestido, le obligan a subir, le arrastran hasta un poyo que hay en el atrio, llaman a los demás soldados, y allí se disponen a divertirse con el azotado, mientras llegan las órdenes del Presidente. 



lunes, 25 de abril de 2022

JESÚS POR SEGUNDA VEZ ANTE PILATOS


 ¿A QUIÉN DE LOS DOS? 




De nuevo el Señor es conducido al Pretorio entre sus enemigos. Según avanza el día, hay más gente por la calle y la vergüenza de Jesús es mayor. ¡Vestido y tratado de loco ven ahora los hijos de Jerusalén al que tenían por Maestro sabio y santo! 

Cuando Pilato ve llegar a Jesús, comprende que ha fracasado su primer intento de librarse de este asunto sin molestar a los judíos. 

Se entera de la respuesta de Heredes, y sale otra vez para decir a los Magistrados y a la gente que se va reuniendo en la plaza:

 —Me habéis presentado este hombre como amotinador del pueblo, y ya habéis visto qué preguntándole yo ante vosotros no hallé en él ningún delito de esos que le imputáis.

 Ni Herodes tampoco porque nos lo ha remitido, y ya veis que nada digno de muerte se le ha probado.-

 Bien advertía Pilato las torvas miradas que sus palabras suscitaban en los enemigos de Jesús. Un segundo arbitrio se le ocurre para salir del paso y contentar a todos. 



Era costumbre que en la Pascua indultase a un preso, escogido por el pueblo. Mientras él esta discutiendo con los príncipes, un gran tropel de gente desemboca en la plaza y empieza a pedir el indulto acostumbrado.

 De esta manera ha comenzado la intervención del pueblo en el proceso de Jesús. Hasta ahora lo han llevado todo los jefes del pueblo. Pilato piensa: 

«—En vez de dejarles elegir el que quieran, les obligaré a llevarse libre al Nazareno.»

 Por eso, manda traer a Barrabás, un preso famoso. Condenado a muerte. 

Lo muestra al pueblo junto a Jesús y pregunta:




 —¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo? 

Y aguarda la respuesta, dejándoles deliberar. Le parece que nadie querrá la libertad de Barrabas, encarcelado por sedicioso y homicida y ladrón. «El pueblo —piensa el Presidente— no aborrecerá a Jesús como los fariseos; pedirá su indulto, y así podré soltarlo, sin quedar disgustado con éstos». 

Pasado el tiempo suficiente, sale otra vez, y teniendo a Jesús a su lado, dice: 

—¿A quién de los dos queréis que os suelte? A una voz exclama toda la turba: 

—¡Quita a ése y suéltanos a Barrabás! 

Espantado queda Pilato ante esta elección. ¿Como es posible que la gente grite contra Jesús lo mismo que los jefes? ¿Qué ha ocurrido en la plaza? Intentemos una breve explicación: A lo largo del drama de Jesús, hemos visto al pueblo ordinariamente adicto al Maestro, mientras los dirigentes le hacían enconada guerra. Llegamos ahora al acto supremo. El triunfo tiene que decidirse por aquél o por éstos. ¿A quién se inclinará el pueblo, que por vez primera aparece como actor de la Pasión en este momento en que Pilato pregunta: 

—¿A quién de los dos queréis? Si estuvieran en esta plaza todos aquellos hombres, mujeres y niños que oyeron las palabras de Jesús en Galilea y Perea; si estuvieran aquí aquellos cinco mil y cuatro mil que él alimentó en el desierto: aquellos cojos, ciegos y leprosos que el curó, aquellos pecadores que él perdonó y consoló; aquellos padres y madres cuyos hijos resucitó; si estuvieran aquí todos los que hace cinco días —el Domingo de las palmas y los cantos— le aclamaban como Rey pacífico, no llegaría ahora a los oídos de Pilato ese grito triunfador:

 ¡Quitaras a ése; suéltanos a Barrabás! 



Pero llenan la plaza gentes bajas y turbulentas, que han venido a sacar un preso de la cárcel romana para llevárselo a hombros por las calles de Jerusalén, como trofeo de un miserable triunfo sobre el Emperador. Y gentes que viven de las sobras de los príncipes y fariseos, que los adulan y sirven; que han sido pagadas por ellos para vociferar contra el Nazareno. Lo más bajo de la ciudad, que son la mayoría, y entre ellos algunos honrados, algunos amigos, que no se atreven a gritar porque son la minoría. 

Esos llenan la plaza. Y entre ellos, olvidando su nombre y su dignidad, se mezclan los príncipes, los sabios, los sacerdotes, los ancianos de Israel, los que eran pastores del pueblo y se han convertido en lobos. 



Ellos son los que más gritan, ellos son los que seducen a las masas: 

—¡Pedid que suelte a Barrabás! ¡A Barrabas! Barrabás ¡no es peligroso! ¡El Nazareno, sí! ¡Pedid que mate al Nazareno! ¡Que lo crucifique, pedid que lo crucifique! Pilato no había medido todo el odio de los jefes judíos contra Jesús. Por eso, queda espantado cuando oye la respuesta: —¡Suéltanos a Barrabás! 

Y pregunta por segunda vez, 

—¿Qué haré entonces de Jesús Nazareno, llamado el Cristo? ¡Que lo mate, pedidle que lo mate! —silban los señores, serpenteando por todo el pueblo. 

Y en el silencio que impera Pilato e imponen sus legionarios a fuerza de golpe, vibran la pregunta y la respuesta que determinarán el destino de aquel pueblo: 

—¿Qué haré de Jesús Nazareno? —¡Crucifícalo, crucifícalo! 




Horrorizado queda el Presidente. Va de fracaso en fracaso. Vuelve a preguntar, indignado contra aquella muchedumbre que aumenta, según crece el día:

 —Pues ¿qué mal ha hecho? 

 Ya no se discurre, ya no se aguarda. Ya sólo es tiempo de triunfar definitivamente sobre el débil representante del poder más fuerte del mundo: —¡Crucifícalo, crucifícalo! ¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato muerde la lengua. Confiesa su segunda derrota dejando libre a Barrabás, el homicida, el ladrón. Y busca un tercer recurso que le permita complacer a los judíos sin crucificar a Jesús, cuya inocencia le impresiona; y más todavía. cuando en uno de estos intervalos recibe un angustiado aviso de su mujer: —No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.




 Para quedar persuadido de la inocencia de Jesús, Pilato no necesitaba avisos, ni siquiera el de una pesadilla nocturna, que parecía de origen sobrenatural y traía una nueva punzada a la conciencia del Presidente. Bien convencido estaba de que el Nazareno era inocente, victima de la envidia y del odio; había repetido que no encontraba causa ninguna para condenarle a muerte, su conciencia de juez romano le exigía ponerlo en libertad; pero... ahí estaban los judíos clamando contra Jesús. Pilato no tuvo coraje para superarlos, ¡y encontró la nueva escapatoria que le permitiría satisfacerlos, sin quedar él atormentado por el remordimiento de haber impuesto una pena de muerte totalmente injusta! Gritó, pues, a los judíos:

 —Le castigaré y le dejaré libre. Y se retira a dar órdenes, mientras la explanada ante el Pretorio hierve cada vez con más sol, cada vez con más gente. 




lunes, 18 de abril de 2022

JESÚS ANTE HERODES


EL SILENCIO MAYOR

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En el antiguo palacio de los príncipes asmoneos habitaba el rey Heredes, hijo de aquel otro Herodes que mató a los niños inocentes cuando nació Jesús. No desmentía la casta, porque hizo mal a sus hermanos, como aquel lo había hecho a sus hijos, ofreciéndose a Roma para ser espía contra ellos. Vivía en público escándalo con la mujer de su hermano Felipe; hizo matar al santo Bautista; fue traidor a sus amigos.

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 Delante de este hombre van a poner a Jesús Nazareno.

 El mal rey se alegró de saberlo, porque «hacia mucho tiempo deseaba ver a Jesús, pues había oído mucho de él y esperaba que en su presencia haría algún milagro».

 El hombre libertino, acostumbrado a que todo el mundo se rindiese a sus caprichos, prométese un día divertido, una serie de espectáculos de magia: Persuadido de que el reo le obedecería ciegamente con tal de salvar la vida. Invita a su corte para la fiesta... Allí están la mujer adúltera y cruel, la hija bailarina, los ministros aduladores... Todos curiosos, todos procaces, todos mirando despectivamente al prisionero, de quien tantas cosas se cuentan. Herodes le hace mil preguntas. Jesús nada responde.






 Los príncipes judíos y los escribas que le han traído desde el Pretorio, le acusan tenazmente, rencorosamente.
Jesús calla. Herodes vuelve a decirle que demuestre ante todos sus habilidades sorprendentes, que si lo hace, le libertará en seguida. Jesús, inmóvil, callado, digno, nada le responde, ni siquiera le mira. Hablo a Caifás, habló a Pilato

 A Herodes, no. Herodes es el hombre impuro, el hombre que no quiere salir del vicio y ha matado a Juan, al profeta que le avisaba en nombre de Dios.

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 Ya no oirá la palabra de Jesús. Morirá pronto, y los gusanos le comerán las carnes antes de expirar. Pero todavía le queda tiempo para vengarse del Nazareno, porque no le ha querido complacer.

—Está loco —dice a sus cortesanos— vestidlo de aspirante a rey, ya que se proclama Rey de los judíos.  Y, celebrando la ocurrencia de su amo, le echan encima una ropa blanca, el color de los candidatos, riéndose de él y despreciándole.




Y mando Heredes devolverlo a Pilato. Con esto se hicieron amigos Herodes y Pilato aquel mismo día, porque antes eran enemigos entre sí. A costa de Jesús han hecho las paces.

Comentario El Drama de Jesús.

lunes, 11 de abril de 2022

DOMING DE RAMOS EN GRANADA 2022



 

JESÚS ANTE PILATOS

 JUZGADLO VOSOTROS


 Llegaron los Jefes del pueblo de Dios al Palacio del Jefe del pueblo pagano, llevando atado al Hijo de Dios.



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 Pilato era un hombre escéptico. No creía en los dioses de su Imperio, ni creía que hubiese un solo Dios verdadero, ni menos que este Dios estuviese en el pueblo judío, al cual despreciaba cordialmente, considerándolo plebe vencida, rebaño que él podía esquilmar más que provincia a la que debía gobernar.






 Hombre de carácter violento y antojadizo, era por lo mismo irresoluto, débil, y queriendo imponerse a los judíos por la arbitrariedad y la fuerza, fue varias veces vencido por ellos.

 La sentencia contra Jesús será la derrota que recordará su triste nombre a todos los siglos.

 Le presentan los judíos al reo, pero ellos no suben al pretorio; según las tradiciones. quedaba impuro el judío que penetraba en la casa de un gentil. ¡y ellos quieren permanecer puros para celebrar la Pascua!

Salió, pues, Pilato a la entrada del atrio y les pregunto secamente:

 —¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Los príncipes le contestan con insolencia, dándose por ofendidos de que dudase de ellos: —¡Si éste no fuera malhechor, no te lo entregaríamos!


Entonces Pilato, cogiendo sus palabras y deseando librarse del asunto, les dice: —Lleváoslo vosotros, y juzgadlo según vuestra ley. Dicen entonces los judíos:


 —No estamos autorizados para dar muerte a nadie.


Así descubren su intento, que era darle pena de muerte, y muerte de cruz. Para eso venían a Pilato, y si el no lo ha entendido desde el principio, se lo dicen ya claramente. Con eso se iba a cumplir la profecía de Jesús que había ya predicho su muerte en cruz, cuando tal profecía era completamente increíble.

Al escuchar Pilato que quieren imponerle pena de muerte, pregunta cuál es el delito de aquel hombre. Ellos le acusan a gritos:

 —Le hemos hallado revolviendo nuestra gente, prohibiendo pagar tributo al César, y diciendo que él es Cristo Rey. Astutamente cambian ante Pilato todo el aspecto de la causa. Ellos, en su tribunal religioso, lo han condenado a muerte por blasfemo. Y por blasfemo quieren matarlo: porque se llama Hijo de Dios.


 Pero saben que una acusación religiosa dejará impasible al Presidente pagano: por eso, ante él fingen crímenes políticos. A través de los siglos se repetirá la historia, y los predicadores de Cristo, cuando anuncien verdades que remuerden a los grandes de la tierra, oirán la misma acusación: «Este hombre se mete en política.»

Tres fueron las acusaciones contra el Nazareno, y falsas las tres. El no revolvía al pueblo, mandaba perdonar, y obedecer, y desprenderse de las cosas de la tierra. No prohibía dar tributos: afirmaba que había que dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. No se proclamaba Rey: huyó de las gentes entusiasmadas, cuando querían coronarle después del gran milagro de los panes.



Por sí mismo quiere Pilato conocer qué hay de cierto en acusaciones tan graves: entra en una de sus habitaciones, y manda que le traigan solo al acusado. Jesús, pues, comparece ante el Presidente. Y el Presidente le pregunta:

 —¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: —¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: 385 ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.


 Entiende Pilato que Jesús se proclama señor de un reino misterioso, un reino distinto de los demás reinos del mundo. Adopta, pues, un tono más solemne, como planteando la pregunta oficial en nombre del que entonces era tenido por rey de reyes, el emperador de Roma, y le pregunta: —Conque tú, ¿eres rey? Jesús no puede callar. En el tribunal religioso le preguntaron si era Hijo de Dios, y respondió que sí.

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 En el tribunal civil le preguntan si es Rey, y tiene que afirmarlo también, mártir eterno de la verdad: —Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Sublime manera de hablar, que indica en el reo una preexistencia anterior a su venida al mundo. «Yo para eso he nacido y venido...»

 Pilato, hombre incrédulo y positivista, sin entender el discurso del Nazareno, pero viendo en el algo extraño que acaso temía acabar de conocer, se contenta con decir desdeñosamente: —Y ¿qué es la verdad...? Y diciendo esto, sale de nuevo a los judíos y les dice; —No encuentro ninguna culpa en este hombre.

 No ha querido aguardar respuesta de Jesús a su importantísima pregunta. No se la hizo para averiguar una cuestión filosófica, en la que tiene pereza de pensar: sino para darle a entender que todo aquello es inútil y él un pobre iluso, puesto que nadie sabe qué es la verdad...

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 Pobre Pilato, la Verdad es ese Hombre que tienes delante, con las manos atadas, el rostro abofeteado, y cuya inocencia tú mismo proclamas ante el pueblo. Irritados los judíos de que Pilato no encuentre causa suficiente, para condenar a Jesús, empiezan a lanzar contra él nuevas y gravísimas acusaciones.

 El Presidente, que había salido a ellos con el reo como para devolvérselo, pregunta al Nazareno: —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.

 Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.
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 Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era galileo. Y en cuanto supo que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que por aquellos días estaba en Jerusalén. Ha sido la primera escapatoria de Pilato para no condenar al que reconoce como inocente y para no quedar mal con los judíos: ¡qué Herodes se las componga con el Nazareno!
Comentario El Drama de Jesús

domingo, 10 de abril de 2022

HORAS TRISTES Y AMARGAS

 LOS PRIMEROS SALIVAZOS


 Como quienes ya nada tienen que temer del Nazareno vencido y condenado a morir, los inicuos consejeros se levantan y se retiran a descansar durante el poco tiempo que les queda hasta el amanecer del nuevo día.

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 Caifás ordena a la chusma de alguaciles y porteros y servidores que se encarguen del preso, que le traten como se merece... Ellos entienden que les da permiso para entretenerse con él en esta noche fría y de un trabajo extraordinario.
¡Les da permiso para divertirse con su Rey, para jugar con su Dios!

Se lo creen bien merecido aquellos hombres groseros, pero no saben por dónde empezar.

 El Nazareno está atado de pie, sin un amigo a su lado. Tiene una expresión de serenidad augusta en el rostro sudoroso y dolorido.
Es un pobre desvalido. Es un provinciano, condenado a muerte sin defensa ninguna por el tribunal más alto de la nación. Sin embargo, no gime, no suplica, no habla. Los mira como jamás los ha mirado nadie. Es una mirada dulce y penetrante, que pudiera llegar al fondo de su alma, si sus almas no estuvieran endurecidas.
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Se acerca a Jesús y le escupe en la cara. Una carcajada de los criados celebra la hazaña del señor. Han perdido el miedo, y uno tras otro, los salivazos de la canalla se clavan repugnantes en el rostro santísimo del Hijo de la Virgen.  El permanece quieto, pacientísimo.

 Esto los exaspera más, y uno de los más cercanos le da un empellón como para arrancarle alguna queja. Hecha la señal del primer golpe, siguen los demás entre gritos y risas: Le daban bofetadas en el rostro... Y le vendaban los ojos y le herían en la cara, mientras le preguntaban: —A ver, Cristo, profetiza: ¿quién es el que te ha pegado?

Y así decían otras muchas cosas blasfemando contra él.
 Noche triste para Jesús. Noche mil veces más triste para aquellos príncipes rencorosos que le han condenado y para estos servidores.


  LA CAÍDA DE PEDRO

«Antes de que el gallo cante dos veces, tu me negaras tres», le había dicho el Señor. Pedro le había respondido: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»

Gallo del paso de la Condena de Cristo. Cofradía Santo Cristo del Perdón. León. Foto G. Márquez.
Y confiado en sí mismo, se metió en el peligro. Confiado en sí mismo y movido también de su amor a Jesús, porque el amaba a su Maestro, y repuesto del primer susto, empezó a seguirle de lejos; quería saber en qué paraba todo aquello. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús.
Ese discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio 380 del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, hablo a la portera e hizo entrar a Pedro. Este se encontraba tan nervioso y turbado entre caras desconocidas y enemigas, que basto la voz de una mujer para derribarlo. El mismo Pedro predicaba después esta escena con dolor infinito a los nuevos cristianos de Roma, y de sus labios la escuchó San Marcos y la describió con estas palabras:







Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llego una criada del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró fijamente y le dijo: —También tú andabas con Jesús el Nazareno. El lo negó diciendo: —Ni sé ni entiendo lo que quieres decir. Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. Reparando de nuevo en él la criada, empezó a decir a los presentes: —Este es uno de ésos. Y él lo volvió a negar. Al poco rato los presentes dijeron a Pedro: —Seguro que eres uno de ellos, pues en el acento se conoce que eres Galileo. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: —No conozco a ese hombre que decís.

 Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. ¡Cómo vibran entonces en el alma de Pedro, amistosas, resignadas, unas palabras recientes de Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tu me habrás negado tres veces»!




Pero este es el momento en que Jesús, atado entre guardianes, atraviesa el patio. Conducido tal vez del tribunal a la prisión.

Y nos dice San Lucas, el evangelista de los perdones que brotan del Corazón de Jesús, en miradas de misericordia: El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Qué mirada sin palabras para no comprometerle más, qué mirada suave
Lágrimas de San Pedro

Yo te conozco, Simón; y te perdono y te amo como siempre te he amado; pero tú, ¿podrás perdonarte a ti mismo? «Y Simón rompió a llorar.» Y salió afuera —necesitaba soledad, necesitaba echarse al suelo en su dolor interminable—.
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 «Y lloró amargamente.»
  AMANECER

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Aparecían las luces primeras del Día Santo. Este Viernes presenciará la crucifixión del Inocente, catástrofe final de la tragedia judía y principio de la eterna felicidad cristiana. 382 Es el día grande de Dios. Es el amanecer sobre la tierra de una claridad que jamás dejará de dilatarse hasta que alcance la plenitud de un mediodía que aún esta lejos.


 Es la hora esperada. La hora de Jesús. Muy de madrugada se juntan los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas; celebran otro simulacro de juicio, confirman la sentencia homicida, y para hacerla ejecutar. se dirigen en seguida al Poder civil, al representante del Emperador de Roma, Poncio Piloto, el cual ha quitado a los judíos el derecho de ejecutar las sentencias de muerte.

Comentario, El Drama de Jesús.