lunes, 11 de abril de 2022
JESÚS ANTE PILATOS
JUZGADLO VOSOTROS
Llegaron los Jefes del pueblo de Dios al Palacio del Jefe del pueblo pagano, llevando atado al Hijo de Dios.

Hombre de carácter violento y antojadizo, era por lo mismo irresoluto, débil, y queriendo imponerse a los judíos por la arbitrariedad y la fuerza, fue varias veces vencido por ellos.
La sentencia contra Jesús será la derrota que recordará su triste nombre a todos los siglos.
Le presentan los judíos al reo, pero ellos no suben al pretorio; según las tradiciones. quedaba impuro el judío que penetraba en la casa de un gentil. ¡y ellos quieren permanecer puros para celebrar la Pascua!

Salió, pues, Pilato a la entrada del atrio y les pregunto secamente:
—¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Los príncipes le contestan con insolencia, dándose por ofendidos de que dudase de ellos: —¡Si éste no fuera malhechor, no te lo entregaríamos!
Entonces Pilato, cogiendo sus palabras y deseando librarse del asunto, les dice: —Lleváoslo vosotros, y juzgadlo según vuestra ley. Dicen entonces los judíos:
—No estamos autorizados para dar muerte a nadie.

Así descubren su intento, que era darle pena de muerte, y muerte de cruz. Para eso venían a Pilato, y si el no lo ha entendido desde el principio, se lo dicen ya claramente. Con eso se iba a cumplir la profecía de Jesús que había ya predicho su muerte en cruz, cuando tal profecía era completamente increíble.
Al escuchar Pilato que quieren imponerle pena de muerte, pregunta cuál es el delito de aquel hombre. Ellos le acusan a gritos:
—Le hemos hallado revolviendo nuestra gente, prohibiendo pagar tributo al César, y diciendo que él es Cristo Rey. Astutamente cambian ante Pilato todo el aspecto de la causa. Ellos, en su tribunal religioso, lo han condenado a muerte por blasfemo. Y por blasfemo quieren matarlo: porque se llama Hijo de Dios.

Pero saben que una acusación religiosa dejará impasible al Presidente pagano: por eso, ante él fingen crímenes políticos. A través de los siglos se repetirá la historia, y los predicadores de Cristo, cuando anuncien verdades que remuerden a los grandes de la tierra, oirán la misma acusación: «Este hombre se mete en política.»
Tres fueron las acusaciones contra el Nazareno, y falsas las tres. El no revolvía al pueblo, mandaba perdonar, y obedecer, y desprenderse de las cosas de la tierra. No prohibía dar tributos: afirmaba que había que dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. No se proclamaba Rey: huyó de las gentes entusiasmadas, cuando querían coronarle después del gran milagro de los panes.
Por sí mismo quiere Pilato conocer qué hay de cierto en acusaciones tan graves: entra en una de sus habitaciones, y manda que le traigan solo al acusado. Jesús, pues, comparece ante el Presidente. Y el Presidente le pregunta:
—¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: —¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: 385 ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Entiende Pilato que Jesús se proclama señor de un reino misterioso, un reino distinto de los demás reinos del mundo. Adopta, pues, un tono más solemne, como planteando la pregunta oficial en nombre del que entonces era tenido por rey de reyes, el emperador de Roma, y le pregunta: —Conque tú, ¿eres rey? Jesús no puede callar. En el tribunal religioso le preguntaron si era Hijo de Dios, y respondió que sí.

En el tribunal civil le preguntan si es Rey, y tiene que afirmarlo también, mártir eterno de la verdad: —Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Sublime manera de hablar, que indica en el reo una preexistencia anterior a su venida al mundo. «Yo para eso he nacido y venido...»
Pilato, hombre incrédulo y positivista, sin entender el discurso del Nazareno, pero viendo en el algo extraño que acaso temía acabar de conocer, se contenta con decir desdeñosamente: —Y ¿qué es la verdad...? Y diciendo esto, sale de nuevo a los judíos y les dice; —No encuentro ninguna culpa en este hombre.
No ha querido aguardar respuesta de Jesús a su importantísima pregunta. No se la hizo para averiguar una cuestión filosófica, en la que tiene pereza de pensar: sino para darle a entender que todo aquello es inútil y él un pobre iluso, puesto que nadie sabe qué es la verdad...

Pobre Pilato, la Verdad es ese Hombre que tienes delante, con las manos atadas, el rostro abofeteado, y cuya inocencia tú mismo proclamas ante el pueblo. Irritados los judíos de que Pilato no encuentre causa suficiente, para condenar a Jesús, empiezan a lanzar contra él nuevas y gravísimas acusaciones.
El Presidente, que había salido a ellos con el reo como para devolvérselo, pregunta al Nazareno: —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.
Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.

Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era galileo. Y en cuanto supo que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que por aquellos días estaba en Jerusalén. Ha sido la primera escapatoria de Pilato para no condenar al que reconoce como inocente y para no quedar mal con los judíos: ¡qué Herodes se las componga con el Nazareno!
Comentario El Drama de Jesús
Llegaron los Jefes del pueblo de Dios al Palacio del Jefe del pueblo pagano, llevando atado al Hijo de Dios.
Pilato era un hombre escéptico. No creía en los dioses de su Imperio, ni creía que hubiese un solo Dios verdadero, ni menos que este Dios estuviese en el pueblo judío, al cual despreciaba cordialmente, considerándolo plebe vencida, rebaño que él podía esquilmar más que provincia a la que debía gobernar.
Hombre de carácter violento y antojadizo, era por lo mismo irresoluto, débil, y queriendo imponerse a los judíos por la arbitrariedad y la fuerza, fue varias veces vencido por ellos.
La sentencia contra Jesús será la derrota que recordará su triste nombre a todos los siglos.
Le presentan los judíos al reo, pero ellos no suben al pretorio; según las tradiciones. quedaba impuro el judío que penetraba en la casa de un gentil. ¡y ellos quieren permanecer puros para celebrar la Pascua!
Salió, pues, Pilato a la entrada del atrio y les pregunto secamente:
—¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Los príncipes le contestan con insolencia, dándose por ofendidos de que dudase de ellos: —¡Si éste no fuera malhechor, no te lo entregaríamos!
Entonces Pilato, cogiendo sus palabras y deseando librarse del asunto, les dice: —Lleváoslo vosotros, y juzgadlo según vuestra ley. Dicen entonces los judíos:
—No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Así descubren su intento, que era darle pena de muerte, y muerte de cruz. Para eso venían a Pilato, y si el no lo ha entendido desde el principio, se lo dicen ya claramente. Con eso se iba a cumplir la profecía de Jesús que había ya predicho su muerte en cruz, cuando tal profecía era completamente increíble.
Al escuchar Pilato que quieren imponerle pena de muerte, pregunta cuál es el delito de aquel hombre. Ellos le acusan a gritos:
—Le hemos hallado revolviendo nuestra gente, prohibiendo pagar tributo al César, y diciendo que él es Cristo Rey. Astutamente cambian ante Pilato todo el aspecto de la causa. Ellos, en su tribunal religioso, lo han condenado a muerte por blasfemo. Y por blasfemo quieren matarlo: porque se llama Hijo de Dios.

Pero saben que una acusación religiosa dejará impasible al Presidente pagano: por eso, ante él fingen crímenes políticos. A través de los siglos se repetirá la historia, y los predicadores de Cristo, cuando anuncien verdades que remuerden a los grandes de la tierra, oirán la misma acusación: «Este hombre se mete en política.»
Tres fueron las acusaciones contra el Nazareno, y falsas las tres. El no revolvía al pueblo, mandaba perdonar, y obedecer, y desprenderse de las cosas de la tierra. No prohibía dar tributos: afirmaba que había que dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. No se proclamaba Rey: huyó de las gentes entusiasmadas, cuando querían coronarle después del gran milagro de los panes.
Por sí mismo quiere Pilato conocer qué hay de cierto en acusaciones tan graves: entra en una de sus habitaciones, y manda que le traigan solo al acusado. Jesús, pues, comparece ante el Presidente. Y el Presidente le pregunta:
—¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: —¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: 385 ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: —Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Entiende Pilato que Jesús se proclama señor de un reino misterioso, un reino distinto de los demás reinos del mundo. Adopta, pues, un tono más solemne, como planteando la pregunta oficial en nombre del que entonces era tenido por rey de reyes, el emperador de Roma, y le pregunta: —Conque tú, ¿eres rey? Jesús no puede callar. En el tribunal religioso le preguntaron si era Hijo de Dios, y respondió que sí.

En el tribunal civil le preguntan si es Rey, y tiene que afirmarlo también, mártir eterno de la verdad: —Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Sublime manera de hablar, que indica en el reo una preexistencia anterior a su venida al mundo. «Yo para eso he nacido y venido...»
Pilato, hombre incrédulo y positivista, sin entender el discurso del Nazareno, pero viendo en el algo extraño que acaso temía acabar de conocer, se contenta con decir desdeñosamente: —Y ¿qué es la verdad...? Y diciendo esto, sale de nuevo a los judíos y les dice; —No encuentro ninguna culpa en este hombre.
No ha querido aguardar respuesta de Jesús a su importantísima pregunta. No se la hizo para averiguar una cuestión filosófica, en la que tiene pereza de pensar: sino para darle a entender que todo aquello es inútil y él un pobre iluso, puesto que nadie sabe qué es la verdad...
Pobre Pilato, la Verdad es ese Hombre que tienes delante, con las manos atadas, el rostro abofeteado, y cuya inocencia tú mismo proclamas ante el pueblo. Irritados los judíos de que Pilato no encuentre causa suficiente, para condenar a Jesús, empiezan a lanzar contra él nuevas y gravísimas acusaciones.
El Presidente, que había salido a ellos con el reo como para devolvérselo, pregunta al Nazareno: —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.
Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era —¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Como Jesús nada respondía, el gobernador estaba muy extrañado.

Los judíos insistían en acusarle con más fuerza: —Está revolviendo al pueblo por toda la Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Pilato, en cuanto oyó Galilea, preguntó si aquel hombre era galileo. Y en cuanto supo que era de la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que por aquellos días estaba en Jerusalén. Ha sido la primera escapatoria de Pilato para no condenar al que reconoce como inocente y para no quedar mal con los judíos: ¡qué Herodes se las componga con el Nazareno!
Comentario El Drama de Jesús
domingo, 10 de abril de 2022
HORAS TRISTES Y AMARGAS
LOS PRIMEROS SALIVAZOS
Como quienes ya nada tienen que temer del Nazareno vencido y condenado a morir, los inicuos consejeros se levantan y se retiran a descansar durante el poco tiempo que les queda hasta el amanecer del nuevo día.

Caifás ordena a la chusma de alguaciles y porteros y servidores que se encarguen del preso, que le traten como se merece... Ellos entienden que les da permiso para entretenerse con él en esta noche fría y de un trabajo extraordinario.
¡Les da permiso para divertirse con su Rey, para jugar con su Dios!
Se lo creen bien merecido aquellos hombres groseros, pero no saben por dónde empezar.
El Nazareno está atado de pie, sin un amigo a su lado. Tiene una expresión de serenidad augusta en el rostro sudoroso y dolorido.
Es un pobre desvalido. Es un provinciano, condenado a muerte sin defensa ninguna por el tribunal más alto de la nación. Sin embargo, no gime, no suplica, no habla. Los mira como jamás los ha mirado nadie. Es una mirada dulce y penetrante, que pudiera llegar al fondo de su alma, si sus almas no estuvieran endurecidas.

Se acerca a Jesús y le escupe en la cara. Una carcajada de los criados celebra la hazaña del señor. Han perdido el miedo, y uno tras otro, los salivazos de la canalla se clavan repugnantes en el rostro santísimo del Hijo de la Virgen. El permanece quieto, pacientísimo.
Esto los exaspera más, y uno de los más cercanos le da un empellón como para arrancarle alguna queja. Hecha la señal del primer golpe, siguen los demás entre gritos y risas: Le daban bofetadas en el rostro... Y le vendaban los ojos y le herían en la cara, mientras le preguntaban: —A ver, Cristo, profetiza: ¿quién es el que te ha pegado?
Y así decían otras muchas cosas blasfemando contra él.
Noche triste para Jesús. Noche mil veces más triste para aquellos príncipes rencorosos que le han condenado y para estos servidores.
LA CAÍDA DE PEDRO
«Antes de que el gallo cante dos veces, tu me negaras tres», le había dicho el Señor. Pedro le había respondido: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»

Y confiado en sí mismo, se metió en el peligro. Confiado en sí mismo y movido también de su amor a Jesús, porque el amaba a su Maestro, y repuesto del primer susto, empezó a seguirle de lejos; quería saber en qué paraba todo aquello. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús.
Ese discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio 380 del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, hablo a la portera e hizo entrar a Pedro. Este se encontraba tan nervioso y turbado entre caras desconocidas y enemigas, que basto la voz de una mujer para derribarlo. El mismo Pedro predicaba después esta escena con dolor infinito a los nuevos cristianos de Roma, y de sus labios la escuchó San Marcos y la describió con estas palabras:
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llego una criada del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró fijamente y le dijo: —También tú andabas con Jesús el Nazareno. El lo negó diciendo: —Ni sé ni entiendo lo que quieres decir. Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. Reparando de nuevo en él la criada, empezó a decir a los presentes: —Este es uno de ésos. Y él lo volvió a negar. Al poco rato los presentes dijeron a Pedro: —Seguro que eres uno de ellos, pues en el acento se conoce que eres Galileo. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: —No conozco a ese hombre que decís.
Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. ¡Cómo vibran entonces en el alma de Pedro, amistosas, resignadas, unas palabras recientes de Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tu me habrás negado tres veces»!
Pero este es el momento en que Jesús, atado entre guardianes, atraviesa el patio. Conducido tal vez del tribunal a la prisión.
Y nos dice San Lucas, el evangelista de los perdones que brotan del Corazón de Jesús, en miradas de misericordia: El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Qué mirada sin palabras para no comprometerle más, qué mirada suave

Yo te conozco, Simón; y te perdono y te amo como siempre te he amado; pero tú, ¿podrás perdonarte a ti mismo? «Y Simón rompió a llorar.» Y salió afuera —necesitaba soledad, necesitaba echarse al suelo en su dolor interminable—.

«Y lloró amargamente.»
AMANECER

Aparecían las luces primeras del Día Santo. Este Viernes presenciará la crucifixión del Inocente, catástrofe final de la tragedia judía y principio de la eterna felicidad cristiana. 382 Es el día grande de Dios. Es el amanecer sobre la tierra de una claridad que jamás dejará de dilatarse hasta que alcance la plenitud de un mediodía que aún esta lejos.

Es la hora esperada. La hora de Jesús. Muy de madrugada se juntan los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas; celebran otro simulacro de juicio, confirman la sentencia homicida, y para hacerla ejecutar. se dirigen en seguida al Poder civil, al representante del Emperador de Roma, Poncio Piloto, el cual ha quitado a los judíos el derecho de ejecutar las sentencias de muerte.
Comentario, El Drama de Jesús.
Como quienes ya nada tienen que temer del Nazareno vencido y condenado a morir, los inicuos consejeros se levantan y se retiran a descansar durante el poco tiempo que les queda hasta el amanecer del nuevo día.
Caifás ordena a la chusma de alguaciles y porteros y servidores que se encarguen del preso, que le traten como se merece... Ellos entienden que les da permiso para entretenerse con él en esta noche fría y de un trabajo extraordinario.
¡Les da permiso para divertirse con su Rey, para jugar con su Dios!
Se lo creen bien merecido aquellos hombres groseros, pero no saben por dónde empezar.
El Nazareno está atado de pie, sin un amigo a su lado. Tiene una expresión de serenidad augusta en el rostro sudoroso y dolorido.
Es un pobre desvalido. Es un provinciano, condenado a muerte sin defensa ninguna por el tribunal más alto de la nación. Sin embargo, no gime, no suplica, no habla. Los mira como jamás los ha mirado nadie. Es una mirada dulce y penetrante, que pudiera llegar al fondo de su alma, si sus almas no estuvieran endurecidas.

Se acerca a Jesús y le escupe en la cara. Una carcajada de los criados celebra la hazaña del señor. Han perdido el miedo, y uno tras otro, los salivazos de la canalla se clavan repugnantes en el rostro santísimo del Hijo de la Virgen. El permanece quieto, pacientísimo.
Esto los exaspera más, y uno de los más cercanos le da un empellón como para arrancarle alguna queja. Hecha la señal del primer golpe, siguen los demás entre gritos y risas: Le daban bofetadas en el rostro... Y le vendaban los ojos y le herían en la cara, mientras le preguntaban: —A ver, Cristo, profetiza: ¿quién es el que te ha pegado?
Y así decían otras muchas cosas blasfemando contra él.
Noche triste para Jesús. Noche mil veces más triste para aquellos príncipes rencorosos que le han condenado y para estos servidores.
LA CAÍDA DE PEDRO
«Antes de que el gallo cante dos veces, tu me negaras tres», le había dicho el Señor. Pedro le había respondido: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»
Y confiado en sí mismo, se metió en el peligro. Confiado en sí mismo y movido también de su amor a Jesús, porque el amaba a su Maestro, y repuesto del primer susto, empezó a seguirle de lejos; quería saber en qué paraba todo aquello. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús.
Ese discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el palacio 380 del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, hablo a la portera e hizo entrar a Pedro. Este se encontraba tan nervioso y turbado entre caras desconocidas y enemigas, que basto la voz de una mujer para derribarlo. El mismo Pedro predicaba después esta escena con dolor infinito a los nuevos cristianos de Roma, y de sus labios la escuchó San Marcos y la describió con estas palabras:
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llego una criada del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró fijamente y le dijo: —También tú andabas con Jesús el Nazareno. El lo negó diciendo: —Ni sé ni entiendo lo que quieres decir. Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. Reparando de nuevo en él la criada, empezó a decir a los presentes: —Este es uno de ésos. Y él lo volvió a negar. Al poco rato los presentes dijeron a Pedro: —Seguro que eres uno de ellos, pues en el acento se conoce que eres Galileo. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: —No conozco a ese hombre que decís.
Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. ¡Cómo vibran entonces en el alma de Pedro, amistosas, resignadas, unas palabras recientes de Jesús: «Antes de que el gallo cante dos veces, tu me habrás negado tres veces»!
Pero este es el momento en que Jesús, atado entre guardianes, atraviesa el patio. Conducido tal vez del tribunal a la prisión.
Y nos dice San Lucas, el evangelista de los perdones que brotan del Corazón de Jesús, en miradas de misericordia: El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Qué mirada sin palabras para no comprometerle más, qué mirada suave

Yo te conozco, Simón; y te perdono y te amo como siempre te he amado; pero tú, ¿podrás perdonarte a ti mismo? «Y Simón rompió a llorar.» Y salió afuera —necesitaba soledad, necesitaba echarse al suelo en su dolor interminable—.

«Y lloró amargamente.»
AMANECER

Aparecían las luces primeras del Día Santo. Este Viernes presenciará la crucifixión del Inocente, catástrofe final de la tragedia judía y principio de la eterna felicidad cristiana. 382 Es el día grande de Dios. Es el amanecer sobre la tierra de una claridad que jamás dejará de dilatarse hasta que alcance la plenitud de un mediodía que aún esta lejos.

Es la hora esperada. La hora de Jesús. Muy de madrugada se juntan los ancianos del pueblo, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas; celebran otro simulacro de juicio, confirman la sentencia homicida, y para hacerla ejecutar. se dirigen en seguida al Poder civil, al representante del Emperador de Roma, Poncio Piloto, el cual ha quitado a los judíos el derecho de ejecutar las sentencias de muerte.
Comentario, El Drama de Jesús.
sábado, 9 de abril de 2022
viernes, 8 de abril de 2022
JESÚS ANTE CAIFAS
¡REO ES DE MUERTE!

Hace ya varios días que han dado esta sentencia contra Jesús. Pero necesitan vestirla de alguna forma legal y darle apariencia de justicia.
Se reúnen, pues, apresuradamente, nerviosamente, muy entrada la noche del Jueves Santo, los Sacerdotes, los Escribas, los Ancianos que componen el Gran Consejo de Israel, presididos por Caifás, el Pontífice Supremo de aquel año, enemigo jurado de Jesús Nazareno, el que había dado a los judíos este consejo:
«Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»

Sentados sobre almohadones en un amplio semicírculo, aguardan la llegada del famoso reo. Sus ojos relampagueantes de satisfacción advierten algunos puestos vacíos.
Faltan Nicodemo, José de Arimatea y algún otro tal vez, que no quieren consentir en la iniquidad ni tienen valor para oponerse a los inicuos.
Eso no importa. Los presentes se bastan para ratificar con más cara de legalidad un decreto de homicidio firmado ya en sus corazones.
De pie, con las manos atadas, la cabeza descubierta y en silencio noble, Jesús comparece ante aquellos hombres sentados, a quienes tantas veces había hecho callar y bajar la cabeza.

Deseosos de terminar el proceso y la ejecución para antes del sábado, el gran día de la Pascua, han pagado algunos testigos que vengan a deponer contra el Galileo. Y vienen muchos, y unos le acusan de una cosa, otros de otra, pero no se entienden, no han tenido tiempo de muñir acertadamente la calumnia; deshace el segundo lo que ha dicho el primero; no hay manera de cohonestar una sentencia de muerte... Jesús calla.
No necesita defenderse cuando las acusaciones mutuamente se destruyen. Tiene los ojos bajos, la presencia majestuosa. Cuanto más inocente aparece la víctima, es mayor el encono y la rabia del verdugo porque es mayor su derrota.
Caifás se revuelve en su asiento, ve que nada ha conseguido, ve que pierde un tiempo precioso, no puede contenerse, se levanta y lanza una voz:
ç
—¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti?
Jesús callaba y nada respondía. ¿Qué iba a decir a los que ya le han condenado antes de oírle? Entonces Caifás tomando la entonación augusta de Sumo Sacerdote y usando de su autoridad de Juez y de la fórmula con que pedían juramento de alguna confesión, le dijo:
—Por Dios vivo te conjuro que nos digas si tú eres el Ungido, el Hijo de Dios (¡que sea bendito!) ¡Tremendo momento, en que un hombrecillo con tanta arrogancia, como si fuese el personaje más venerado de la tierra, y en nombre de Dios, tomaba cuentas al mismo Hijo de Dios, de si era o no el Cristo y el Hijo de Dios!

Yo creo que en aquel instante se haría un silencio anhelante en toda la sala. Todos tendrían los oídos atentos, las bocas entreabiertas, los ojos clavados en el rostro de aquel preso que tenían delante. Jesús levanta sus miradas al Presidente del pueblo judío. Le ha conjurado en nombre de Dios vivo. Al Dios que vive y vivirá eternamente, al Dios que vive en todos nosotros, que vive también en aquel Tribunal perverso, al Dios que es su Padre natural no puede negarse Jesús: ¡tiene que decir la verdad, aunque sabe que ha de costarle la vida!

Con la sencillez sublime de la verdad, responde: —Tú lo has dicho. Yo lo soy.
Y después, recorriendo serenamente con su mirada todo el círculo de los que le juzgan, penetrando en las negruras de sus almas y conociendo la sentencia que él mismo ha de pronunciar sobre cada uno de ellos en el Gran Día, añade con augusta majestad, atado como estaba:
—En verdad os digo, que dentro de poco veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y que viene en las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: —Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondieron todos, diciendo:
—¡Reo es de muerte!
Reo de muerte el autor de la vida, blasfemo el Hijo de Dios; así juzga el mundo.
Fuente: El Drama de Jesus.

Hace ya varios días que han dado esta sentencia contra Jesús. Pero necesitan vestirla de alguna forma legal y darle apariencia de justicia.
Se reúnen, pues, apresuradamente, nerviosamente, muy entrada la noche del Jueves Santo, los Sacerdotes, los Escribas, los Ancianos que componen el Gran Consejo de Israel, presididos por Caifás, el Pontífice Supremo de aquel año, enemigo jurado de Jesús Nazareno, el que había dado a los judíos este consejo:
«Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»

Sentados sobre almohadones en un amplio semicírculo, aguardan la llegada del famoso reo. Sus ojos relampagueantes de satisfacción advierten algunos puestos vacíos.
Faltan Nicodemo, José de Arimatea y algún otro tal vez, que no quieren consentir en la iniquidad ni tienen valor para oponerse a los inicuos.
Eso no importa. Los presentes se bastan para ratificar con más cara de legalidad un decreto de homicidio firmado ya en sus corazones.
De pie, con las manos atadas, la cabeza descubierta y en silencio noble, Jesús comparece ante aquellos hombres sentados, a quienes tantas veces había hecho callar y bajar la cabeza.

Deseosos de terminar el proceso y la ejecución para antes del sábado, el gran día de la Pascua, han pagado algunos testigos que vengan a deponer contra el Galileo. Y vienen muchos, y unos le acusan de una cosa, otros de otra, pero no se entienden, no han tenido tiempo de muñir acertadamente la calumnia; deshace el segundo lo que ha dicho el primero; no hay manera de cohonestar una sentencia de muerte... Jesús calla.
No necesita defenderse cuando las acusaciones mutuamente se destruyen. Tiene los ojos bajos, la presencia majestuosa. Cuanto más inocente aparece la víctima, es mayor el encono y la rabia del verdugo porque es mayor su derrota.
Caifás se revuelve en su asiento, ve que nada ha conseguido, ve que pierde un tiempo precioso, no puede contenerse, se levanta y lanza una voz:
—¿Nada respondes? ¿Qué es lo que éstos testifican contra ti?
Jesús callaba y nada respondía. ¿Qué iba a decir a los que ya le han condenado antes de oírle? Entonces Caifás tomando la entonación augusta de Sumo Sacerdote y usando de su autoridad de Juez y de la fórmula con que pedían juramento de alguna confesión, le dijo:
—Por Dios vivo te conjuro que nos digas si tú eres el Ungido, el Hijo de Dios (¡que sea bendito!) ¡Tremendo momento, en que un hombrecillo con tanta arrogancia, como si fuese el personaje más venerado de la tierra, y en nombre de Dios, tomaba cuentas al mismo Hijo de Dios, de si era o no el Cristo y el Hijo de Dios!

Yo creo que en aquel instante se haría un silencio anhelante en toda la sala. Todos tendrían los oídos atentos, las bocas entreabiertas, los ojos clavados en el rostro de aquel preso que tenían delante. Jesús levanta sus miradas al Presidente del pueblo judío. Le ha conjurado en nombre de Dios vivo. Al Dios que vive y vivirá eternamente, al Dios que vive en todos nosotros, que vive también en aquel Tribunal perverso, al Dios que es su Padre natural no puede negarse Jesús: ¡tiene que decir la verdad, aunque sabe que ha de costarle la vida!
Con la sencillez sublime de la verdad, responde: —Tú lo has dicho. Yo lo soy.
Y después, recorriendo serenamente con su mirada todo el círculo de los que le juzgan, penetrando en las negruras de sus almas y conociendo la sentencia que él mismo ha de pronunciar sobre cada uno de ellos en el Gran Día, añade con augusta majestad, atado como estaba:
—En verdad os digo, que dentro de poco veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y que viene en las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: —Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Vosotros mismos habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondieron todos, diciendo:
—¡Reo es de muerte!
Reo de muerte el autor de la vida, blasfemo el Hijo de Dios; así juzga el mundo.
Fuente: El Drama de Jesus.
jueves, 7 de abril de 2022
PRENDIMIENTO DE JESÚS Y EN CASA DE ANAS

En aquel momento dijo Jesús a las turbas: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos a prenderme?
Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y no me prendisteis. Todo esto sucedió para que se cumplieran las escrituras de los Profetas"(Mt).

Era de noche, muy entrada la madrugada. No quieren los conspiradores la luz del día, quieren la sorpresa, como si pudiesen sorprender a Jesús, que les espera consciente del peligro y entregándose a él.
"Entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron"(Mt).
Los apóstoles se dispersan cuando prenden a Jesús.
La comitiva se aleja: el preso con las manos atadas es llevado será llevado ante el Sanedrín -o al menos parte de él- durante la noche, y, por la mañana, temprano, lo llevarán ante el gobernador romano.

Judas se queda solo en el lugar viendo alejarse a sus acompañantes, que golpean a Jesús y lo maltratan; también ve como huyen sus antiguos amigos y compañeros, casi hermanos en otros tiempos.
DESDE EL HUERTO DE LOS OLIVOS A CASA DE ANAS


Cautivo de Granada
Para eso fueron por el torrente Cedrón.
Era un torrente pues por allí pasaba abundante agua. Ahora es un descampado con algunas tumbas y árboles dispersos-
Cautivo de Santa Genoveva
Todavía hoy se puede atravesar el valle del Cedrón a través de un caminito que lo cruza transversalmente. Por ahí debieron llevar a Jesús en dirección al pináculo del templo.
Se puede comprobar al verlo desde Getsemaní que de noche es un lugar muy oscuro. Más lo debía estar en aquella época.

Bordeándolo subirían hacia la casa de Anás que estaba en el monte Sión.
A buen seguro subirían las escaleras de piedra muy antiguas que llevaban hacía la cima del monte Sion.
Después de subirlas, a la izquierda se encontraba la casa de Anás, ahora lugar Santo llamado Galicantum, porque allí estuvo el Señor.

Se conservan unas grutas subterraneas -antiguas cárceles- donde la tradición dice que tuvieron encerrado al Señor.

ANAS
Sumo sacerdote judío, hijo de Seti, que actuó como tal a partir del año 6 ó 7 de nuestra era, fecha en la que fue nombrado por Publio Sulpicio Quirino, prefecto romano de Siria, en sustitución de Joazar. Permaneció en su cargo hasta el año 15, en que fue depuesto por el procurador romano Valerio Grato.

La influencia de Anás fue muy fuerte, hasta el extremo de lograr que sus cinco hijos y su yerno Caifás obtuvieran también el cargo de Sumo sacerdote.
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Es un viejo habilísimo en el arte de acumular riquezas y granjearse con ellas el favor del Gobernador romano y del Pontífice judío.

El mismo ha sido Pontífice Supremo de su nación durante siete años, y ha conseguido este cargo para cinco de sus hijos y para su yerno Caifás, que es quien actualmente lo desempeña. Caifás, más audaz de palabra, mucho menos diplomático que su taimado suegro, se deja fácilmente gobernar por él.

Es lo más probable que toda la campaña contra el profeta Nazareno fue preparada y dirigida por Anás, que seguía siendo de hecho, aunque no de nombre, el Jefe del Gran Consejo de Israel.
El Sumo Sacerdote Caifás y los demás miembros del Consejo han dado orden de que Jesús sea conducido, ante todo, a presencia de Anás.
Quieren adular al viejo zorro, y quieren que luego le quede tiempo para dormir, ya que ellos deberán velar hasta que se reúnan todos y se celebre el juicio.
Sumo sacerdote judío, hijo de Seti, que actuó como tal a partir del año 6 ó 7 de nuestra era, fecha en la que fue nombrado por Publio Sulpicio Quirino, prefecto romano de Siria, en sustitución de Joazar. Permaneció en su cargo hasta el año 15, en que fue depuesto por el procurador romano Valerio Grato.

La influencia de Anás fue muy fuerte, hasta el extremo de lograr que sus cinco hijos y su yerno Caifás obtuvieran también el cargo de Sumo sacerdote.
Es un viejo habilísimo en el arte de acumular riquezas y granjearse con ellas el favor del Gobernador romano y del Pontífice judío.

El mismo ha sido Pontífice Supremo de su nación durante siete años, y ha conseguido este cargo para cinco de sus hijos y para su yerno Caifás, que es quien actualmente lo desempeña. Caifás, más audaz de palabra, mucho menos diplomático que su taimado suegro, se deja fácilmente gobernar por él.

Es lo más probable que toda la campaña contra el profeta Nazareno fue preparada y dirigida por Anás, que seguía siendo de hecho, aunque no de nombre, el Jefe del Gran Consejo de Israel.
El Sumo Sacerdote Caifás y los demás miembros del Consejo han dado orden de que Jesús sea conducido, ante todo, a presencia de Anás.
Quieren adular al viejo zorro, y quieren que luego le quede tiempo para dormir, ya que ellos deberán velar hasta que se reúnan todos y se celebre el juicio.

Y Jesús de Nazaret se encuentra frente a frente con el Príncipe del pueblo.
Aquel, atado, de pie. Este, sentado, dominador. Anás le pregunta quiénes son sus discípulos, qué hacen y cuál es esa doctrina que va predicando. Jesús nada dice de sus discípulos. Uno le ha traicionado, otros le han abandonado. El no los quiere traicionar. Nada bueno puede ahora decir de ellos, y se calla.
Sabe que el interrogatorio de Anás es ilegal, pues sólo el Sanedrín tiene jurisdicción para inquirir en las causas de los acusados. Sin embargo, a la pregunta acerca de su doctrina, le responde noblemente: —Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído: ellos saben lo que he dicho yo. En diciendo esto, uno de los ministros que estaban a su lado, dio a Jesús una bofetada, diciendo: —¿Así respondes al Pontífice?
Era uno de aquellos siervos sin conciencia que en algunas ocasiones envió Anas al Templo para robar a los sacerdotes y aun derribarlos a golpes, si oponían resistencia.
Esta bofetada —bastonazo puede significar también la palabra empleada en el texto griego— es la primera de las que caerán esta noche en el rostro de Jesús.
El ofendido, al ver que el Pontífice no le defiende como era su obligación, se vuelve al agresor y le dice mansamente: —Si he hablado mal, di qué he dicho mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?

El siervo nada sabe decir: Anás empieza a entrever que el galileo no es un aventurero vulgar; crece su envidia, su odio contra él, su deseo de perderle. Mucho había oído hablar del Nazareno a sus hijos, primos, parientes y paniaguados.
Pero acaso nunca le había tenido delante. Incapaz de sostener sus miradas, y deseando que empezara pronto aquella ficción de juicio legal preparada a toda prisa para esta noche, tomo a Jesús, y lo envió atado a Caifás.
Fuente:El drama de Jesús de J.L.Martinez
miércoles, 6 de abril de 2022
EL HUERTO DE LOS OLIVOS,EL BESO DE JUDAS
AMIGO, ¿A QUE HAS VENIDO?
Por tercera vez se levanta Jesús de la oración y se acerca a sus discípulos. —Dormid ya y reposad —les dice compadecido de ellos. Y él queda en pie, mientras ellos duermen. El los guarda como una madre guarda el sueño de sus hijos pequeños.
El no está solo: «Mi Padre está conmigo.»
Sabe que no tardarán. Los espera, va contento a morir por estos pobres amigos que se le han dormido y por los enemigos que no duermen.
Cada latido de su Corazón amantísimo es una aspiración porque llegue pronto la hora. En el estupor de la noche, se levantan rumores más cercanos cada vez, y unos reflejos de luz rojiza aparecen y desaparecen temblando entre los arbustos que rodean el camino del huerto.
La voz firme del Maestro despierta a los discípulos que le oyen espantados:
—¡Basta! Ha llegado la hora. Levantaos, vamos: ya está ahí el que me va a entregar.
Abren los ojos, se incorporan, se levantan... ¡y se encuentran ante una turba, armada con palos, espadas, antorchas!..., ¡y al frente de todos ellos venía Judas! ¿Qué es esto?
Los Apóstoles no se lo pueden explicar. Pero Jesús sabe que el traidor, entregado a Satanás, decidido a ganar cuanto antes las miserables monedas, había salido del Cenáculo y se había presentado los príncipes del Sanedrín y les había prometido entregarles esta misma noche al aborrecido Nazareno con tal de que le diesen gente armada.
Pusieron a su disposición un buen pelotón de legionarios romanos y además unos cuantos de los servidores del Templo, los guardianes, los alguaciles, los porteros y barrenderos, convertidos en guerreros de ocasión.

Judas les había dicho: Aquel a quien yo besare, ése es, sujetadlo y llevadlo bien asegurado. Y se acercó luego a Jesús, y le dijo:
—Dios te guarde, Maestro. Y le besó. ¡Qué escalofríos sentirían ante este beso los ángeles del cielo, capaces de medir el escarnio sacrílego que aquella boca traidora infería en aquel rostro divino!
Y Jesús se deja besar. Y todavía quiere moverle al arrepentimiento.

Y del buen tesoro de su Corazón saca la palabra buena: —Amigo, ¿a qué has venido? Amigo, no porque lo eres, sino porque lo has sido, y porque en cuanto de mí depende, lo puedes seguir siendo en adelante.
Amigo, no porque tú quieras serlo, sino porque yo quiero que lo seas para tu bien.
Amigo, que vienes a perderme mientras yo voy a salvarte.
Amigo, ¿a qué vienes? Le llama con su nombre propio, como le llamaría cuando iban caminando por la dulce Galilea, y le pone delante la monstruosidad de su crimen:

—Judas; ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?... Tampoco ahora el desgraciado Iscariote se echó a los pies de quien hubiera llorado con él.
Temeroso tal vez de sus condiscípulos, se escabulló por el huerto. Ni un solo hombre de aquella chusma armada daba un paso para prender al Señor. Entonces,
Jesús, les dice: —¿A quién buscáis?
Le contestaron: —A Jesús el Nazareno
. Les dice Jesús: —Yo soy. Estaba también con ellos Judas el traidor.
Les preguntó otra vez: —¿A quién buscáis? Ellos dijeron: —A Jesús el Nazareno. Jesús contestó: —Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
Los Apóstoles, animados al ver la omnipotencia de su Maestro, le dijeron: —Señor, ¿heriremos con la espada? Simón Pedro no aguardo la respuesta. Impetuoso y vehemente como era, creyendo llegada la hora en que debía probar la fidelidad tan confiadamente jurada a su Maestro,
extendió su mano, desenvaina su espada, y dando un golpe a un siervo del Príncipe de los sacerdotes, le cortó la oreja derecha. Malco se llamaba este siervo.
Entonces Jesús le dijo: —Mete tu espada en la vaina: porque todo el que hiere con espada, a espada morirá. ¿Acaso piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me mandará al punto más de doce legiones de ángeles?
Pero ¿el cáliz que me ha dado mi Padre no lo voy a beber?
Y acercose al herido, le tocó la oreja y se la dejó sana.
Bueno siempre, y siempre omnipotente, además de su gran caridad en curar a uno de sus enemigos, mostró su discreta prudencia. Porque de no haber cohibido públicamente a Pedro, y de no haber sanado a Marco, pudieran algunos después haberle acusado de esta agresión. Y Jesús quiere quitarles todo pretexto de acusación. ¡Ha de morir en absoluta inocencia, proclamada varias veces por el mismo juez que lo condenará a morir!

En aquella hora dijo Jesús a los que habían venido contra él, príncipes de los sacerdotes, magistrados del Templo y ancianos: —Como a un ladrón habéis venido con espadas y palos a prenderme. Cada día estaba con vosotros enseñando en el Templo, y no me prendisteis. Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.
Entonces la patrulla y el tribuno y los guardias de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron, y le llevaron a casa del Príncipe de los Sacerdotes.

Todos sus discípulos, abandonándole, huyeron.
Comentario El Drama de Jesús.
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