En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna.
Ese día no se celebra la Santa Misa en ningún lugar del mundo.
No tenemos Eucaristía pero sí una celebración litúrgica de la Muerte del Señor, una celebración de la Palabra que concluye con la adoración de la Cruz y con la comunión eucarística.
Es una celebración sencilla, sobria, centrada en la muerte del Señor Jesús.
Su estructura está bien pensada, aparece equilibrada, con proporción entre la dimensión de escucha de la Palabra de Dios y la acción simbólica de la adoración de la Cruz y su veneración con el beso personal de todos.
El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados. Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece. En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.
Adoramos la Cruz del Señor Jesús. -
Y finalmente participamos del misterio de esa Cruz, del Cuerpo entregado, comulgando de él
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