EN TUS MANOS COBIJADO
Déjame, Soledad, que te acompañe,
pues grande más que el mar, es tu quebranto.
Deja que la amargura de tu llanto
con mis manos los achique yo y la empañe.
Déjame, Soledad, que tu agonía
sea yo quien la viva y la padezca,
que, junto a ti, mi soledad merezca
el dulce alivio de tu compañía.
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Recuerda, Soledad de soledades,
que fuiste confiada a mi cuidado
por tu Hijo en el trance de su muerte.
Él me fió también a sus bondades.
Toma mis manos, Soledad doliente.
Yo, me quedo en la tuyas cobijado.
Joaquín L. Ortega
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