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lunes, 28 de marzo de 2016
MARÍA SANTÍSIMA DEL REFUGIO
Titular de la
Hermandad de San Gonzalo
Imagen realizada por el imaginero de la población onubense de Higuera de la Sierra, D. Sebastián Santos Rojas (1895-1977), en el año 1938, según contrato concertado por el propio escultor y el Hermano Mayor en dicha época, D. Antonio Filpo Rojas.
El costo de la nueva obra ascendió a un importe de 3.500 pesetas, según factura de fecha 15 de noviembre del referido año, siendo entregada a finales del mismo y bendiciéndose e imponiéndosele su nueva corona el día 1 de enero de 1939 por Su Eminencia Rvdma., el Señor don Pedro Segura y Sáenz, Cardenal Arzobispo de Sevilla.
El día de su bendición, domingo, amaneció con todo el barrio engalanado y a las cinco de la tarde, hora fijada para el comienzo de la ceremonia, el templo aparecía totalmente ocupado de fieles.
Imagen de la Virgen del Refugio aparecía en su hermoso paso de salida con sus preciosas y ricas galas en plata y bordados, y adornada exquisitamente de flores.
Estaba sencillamente bellísima y estrenaba la saya hecha con el traje de torear del famoso y malogrado diestro del barrio José Claro Pepete, ofrecido por sus familiares en honor de la Santísima Virgen de la que el torero era gran devoto
La corona lucía una hermosa cruz de brillantes, construida con las joyas donadas por la Señora del gran escritor gallego y ferviente admirador que fue de las tradiciones sevillanas don Alejandro Pérez Lugín, Hermano Mayor honorario que fue de la Hermandad.
Bendecida la misma, el Sr. Cardenal subido en el paso la recibió de las manos del General Llanderas y del Hermano Mayor y se la colocó a la Santísima Virgen.
La corona en plata dorada es obra del orfebre Manuel Seco Velasco.
De esta forma se sustituyó la anterior imagen desaparecida en los trágicos acontecimientos de 1936, y una imagen de una Dolorosa que había procesionado en Málaga y en Sevilla con la Hermandad de Santa Catalina y que fue cedida por su dueño, no gustando a la Junta de Gobierno.
La talla de Sebastián Santos atiende al modelo tradicional de Dolorosa Procesional Sevillana, que es la resultante del proceso evolutivo provocado por los diferentes cambios litúrgicos, culturales y sociales de la iconografía de la Mater Dolorosa desde la Baja Edad Media hasta nuestros días, y que sigue expresando todo un programa teológico de María como Socia Redemptoris., buscando consonancia con la Theotokos definida en el Concilio de Éfeso y refrendada en el de Calcedonia.
Se desarrolla, por tanto, como una imágen de candelero para vestir, articulada y donde sólo el rostro, el cuello y las manos están esculpidos, en madera de pino de Flandes, vestida con saya, manguitos, manto y tocado, y portando sobre sus sienes una corona.
Que mide un metro sesenta y cuatro de estatura. Representa el momento de La Piedad, aunque no como la reconocemos hoy día, sinó como lo hace De La Vorágine, en su capítulo “Nuestra Señora de la Piedad”: la Virgen erguida al pie del Sagrado Madero, fiel reflejo de la cita del Evangelio de San Juan: “…estaban en pie junto a la Cruz de Jesús su Madre …” (Jn, 19, 25), versículo al cual también se corresponde también la duodécima estación del Vía Crucis propuesto por S.S. Juan Pablo II, donde se contempla a Jesús en la Cruz, su Madre y el discípulo, e identificándose, por tanto, con el quinto misterio doloroso, donde se medita el sufrimiento de María al pie del Árbol Santo de la Cruz.
En su rostro, de cuidadas facciones, se acumula toda su expresividad de dolor letífico, conseguido por medio de las cejas, que en forma de S, hace caer los extremos cercanos a la nariz, levantando los opuestos, subiendo las puntas de las mismas, levemente en el centro de la cara; bajo los párpados, que han comenzado a caer, con grandes pestañas que ensombrecen su mirada baja y alarmante, apreciamos sus ojos de cristal con una posición distinta en cada uno, con el fin de enmarcar un cierto estrabismo que convencionalmente ha venido representando el dolor anímico, siendo quizás este su rasgo más característico; las aletas de la nariz se recogen y en su boca, entre abierta, que nos permite apreciar la dentadura y la lengua, como dejando escapar un gemido, se proyecta el labio superior hacia fuera y se retrae el inferior, mientras que los extremos de las comisuras de la boca se dirigen sigilosamente hacia arriba, gesto muy expresivo y desgarrado, que consigue un extremo patetismo.
Por sus mejillas resbalan siete lágrimas de cristal, como los siete dolores que Ella padeció, tres por la izquierda y cuatro por la derecha. Sin embargo, por medio de su entrecejo, tímidamente fruncido, llegamos a adivinar un endulzamiento de su rictus de amargura,
Sus manos extendidas, de gran belleza plástica, colocadas entre la cintura y el pecho, presentan unos dedos tensos que nos hace adivinar un elocuente movimiento, que no es otro que agarrar el alma de su Hijo que al final se escapa.
Porta en la derecha un pañuelo o manípulo para recoger su llanto y en la izquierda un Santo Rosario. Su encarnadura cálida, nos deja ver una tez ligeramente conjugada de matices sonrosados y tenues tonos tostados, matizados por veladuras y sombras naturales, lográndose así una apetecida sensación de vida y potenciando los sugerentes aciertos de la talla.
Esta talla ha sido sometida ha diversas restauraciones por el propio autor de la imagen, la primera en 1967 en la cual se le sustituyó el candelero por otro de pino de Flandes con ocho listones y base ovalada, la segunda en 1972 donde se le restauró la encarnadura y los párpados de los ojos. Por último, D. Enrique Gutiérrez Carrasquilla en 1999 realiza una limpieza y fijación de la policromía y un nuevo candelero de las mismas características que el anterior en madera de cedro. El paso de palio tiene respiraderos de plata de ley dorada y candelabros de cola. El templete en plata dorada. Está bordado en oro. El manto es de terciopelo granate, bordado en oro, en 1944, por Juan Manuel Rodríguez Ojeda. La Virgen luce corona de plata dorada.
El paso de palio va acompañado por pequeñas jarras de metal sobredoradas, que portan el precioso exorno florar del la Virgen del Refugio, con claveles blancos, intercalando flores de azahar. Posee un llamador con angelotes en plata de ley. Es llevado por 30 costaleros
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