Beato Álvaro de Córdoba en Poniente y en los libros más rigurosos,
San Álvaro en la calle, en Santo Domingo de Scala Coeli y en la tradición de la ciudad. La Iglesia recuerda cada 19 de febrero al reformador dominico al que el pueblo trató de santo hasta hace muy poco, y que no sólo llevó el nombre de la ciudad en el suyo, sino que también dejó mucha huella.
Hasta el punto de que se le hizo santo sin serlo exactamente.
Nacido en 1358 o 1360, en Zamora pero de ascendencia cordobesa, San Álvaro, que había profesado como dominico en San Pablo, estuvo en Tierra Santa y al volver a Córdoba fundó el convento de Santo Domingo de Scala Coeli, creó el considerado primer vía crucis de Occidente.
Los demás Via Crucis conocidos en Europa son todos posteriores al de Scala Coeli, como el del Monte Varallo, el de Romans-sur Isere, el de Fribourg, el de Lovaina o el de Adam Krafft en Nuremberg.
Incluso el de la Cruz del Campo de Sevilla es casi un siglo posterior.
Además, si la primacía cronológica de los Vía crucis le corresponde a España, también es suya la primacía de intensidad; es decir, en ninguna parte arraigó tan profundamente como en España esa devoción
Su idea fue todo un éxito y se difundió a gran velocidad por otros conventos dando origen a la devoción a la Via Dolorosa o Via Crucis en toda la península que después fue imitadas por toda la cristiandad.
Una idea que, al mismo implicaba una enorme dosis de practicidad, ya que convertía en asequible para todos la peregrinatio spiritualis a Jerusalén, en aquella época enardecida de sueños de cruzadas, cuando la peregrinación real era punto menos que imposible.
La estructura de aquél Via Crucis promigenio, auténtico origen de nuestra Semana Santa, ha sufrido una notable evolución a lo largo de los siglos siendo la obra del holandés Adricomio, de fines del siglo XVI, sobre el modo de practicar esa devoción, y los Ejercicios Espirituales del P. A. Daza, O. F. M., que fue el que concretó el número de las 14 estaciones en 1625, quienes ejercieron un influjo definitivo
Las estaciones
Álvaro creó un vía crucis en la Sierra, por los alrededores del convento, en un paraje que le recordaba a la Jerusalén, y era distinto, tanto en número de estaciones, que eran menos, como en el contenido, puesto que incluso está la institución de la Eucaristía. Esto ha servido a algunos historiadores y estudiosos para considerarlo un «pre vía crucis».
Otros aseguran que esto no evita que fuera un recorrido hacía la cruz, que es lo que se pretende, independientemente de las estaciones que se recen, que la Iglesia insiste en que se pueden modificar.
El nombramiento como San Álvaro de Córdoba ya está presente en 1687, en una obra de Juan de Ribas, pero hasta finales del siglo XX nadie recordó que sólo era beato.
Con el nombre de Beato Álvaro de Córdoba se tituló una nueva parroquia en la zona occidental de Córdoba, hoy sede de la cofradía de la Sagrada Cena.
Ni la diócesis ni la Orden de Predicadores, que tiene a muchos beatos si canonizar, ha dado nunca el paso de hacer oficial lo que para los cristianos era natural: que el 19 de febrero es el día de San Álvaro de Córdoba.
La devoción del Vía crucis, nacida como flor natural en el ambiente medieval de fervor por la meditación y el rescate de los Santos Lugares, plasmada por el Beato Álvaro en Scala Coeli, alcanzó su forma última con San Leonardo de Porto Maurizio, el santo que construyó en Italia nada menos que 572 Via Crucis, adoptando la forma española de las 14 estaciones.
Álvaro de Córdoba fue confesor de la reina Catalina de Lancaster y del futuro Juan II de Castilla. Su sepulcro se encuentra en el Santuario de Santo Domingo de Escalaceli (o Scala Coeli), situado a unos 10 kilómetros de Córdoba, accediéndose a él por la carretera de Santo Domingo
Su culto fue autorizado por Benedicto XIV el 22 de septiembre de 1741.
Las cofradías de Córdoba tienen a su figura como Patrono.
En la actualidad el Vía Crucis de Scala Coeli se celebra cada Viernes de Dolores con la Sagrada Imagen del Santísimo Cristo de San Álvaro cuya llegada al monasterio cuenta una antigua leyenda, según la cual, San Álvaro quiso tener un crucifijo para su convento, pero carecía de recursos para ello.
Caminando por los montes que rodean a tan fabuloso santuario, San Álvaro se encontró con un mendigo, este se encontraba en tal situación que no podía ni caminar. San Álvaro lo cargo a sus hombros y lo llevó hasta la puerta del convento.
Lo dejo en la puerta y fue a buscar a algún fraile que le ayudara a transportar al pobre hombre. Cual fue su sorpresa que cuando volvió, el mendigo había desaparecido y en su lugar se hallaba una imagen de un Cristo Crucificado. Gracias a su generosidad, San Álvaro pudo tener el Crucificado que tanto anhelaba.
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