Imagen de
La Cofradía del Santo Entierro
Obra del taller de Gregorio Fernández, 1631-1636).
Propiedad del Monasterio, que lo exhibe en su Museo, del cual es una de sus obras más destacadas.
García Chico considera probable que formara parte del retablo de la Cartuja de Aniago, que realizó Gregorio Fernández en 1634 junto al ensamblador Melchor de Beya y los pintores Tomás de Meñasco y José Ángulo.
Se dice que fue una donación de Felipe III a las Madres Bernardas del Monasterio, de las cuales era protector.
El punto de vista prioritario es el frontal (entendiendo éste como el costado derecho) y por ello todo el cuerpo, y especialmente la cabeza, se gira hacia la derecha para favorecer la contemplación. Por esto mismo la pierna izquierda monta sobre la derecha y también el paño de pureza queda interrumpido por este lado para potenciar el desnudo natural. Tampoco podemos olvidar la base que le hace de peana, que cuenta con algún centímetro menos que el lado opuesto por esta misma razón. En este caso el cuerpo descansa sobre dos almohadas, una ampliamente visible en contacto directo con la cabeza y la otra, más pequeña, oculta bajo la sábana y decorada con tela y pasamanerías.
En los cabellos se han descubierto recientemente los restos del dorado a la sisa que remarcaba el modelado de los rizos. Algunos de estos rizos están tallados de forma exenta.
El naturalismo de esta imagen es sobrecogedor y además se ve potenciado por elementos postizos como son los ojos de cristal, las uñas de asta de toro, los baldeses de cuero para las heridas y las gotas de resina que acompañan a la sangre del costado. Esto último responde a lo que dice el evangelio de San Juan referente a que tras la lanzada brotó sangre y agua.
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