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martes, 14 de abril de 2015

PROCESIÓN DE LOS ESTUDIANTES DE MADRID 2015

DOMINGO DE RAMOS

Madrid huele a primavera y a incienso. El sol en el cielo, las palmas en las manos y la fe a ras de suelo esperan las campanas de la basílica pontificia de San Miguel anunciando la salida de Los Estudiantes.


 La hermandad madrileña cumple este 2015 un cuarto de siglo de vida institucional.

 La calle San Justo, abarrotada, fue testigo ayer de esa celebración con la que devolvieron un año más «la esperanza al corazón de los madrileños» y a la que no quiso faltar el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.

 Horas antes, en la cripta del templo rezaban los costaleros para que todo saliera bien y se ayudaron a tensar el costal con el que «portan el peso de la responsabilidad»


 Pasadas las 19.15 horas, las puertas de San Miguel se abrieron. Tres golpes de martillo en el paso del Santísimo Cristo de la Fe y del Perdón.

Silencio y pasos cortos y precisos con el que la talla dieciochesca de Luis Salvador Carmona sale de la penumbra al barrio de los Austrias. «Camina» sobre 300 docenas de claveles rojos y el morado nazareno de los lirios en sus costados
 Los cirios van quemando cera antes de que llegue el ocaso y Él avanza majestuoso en la Cruz sobre su cuadrilla de costaleros.

 Tras sus pasos va su Madre, luciendo nueva candelería tras el robo del año pasado.



 El paso de palio se mece acompañado por la banda del Regimiento Inmemorial del Rey Número 1 —Hermano Mayor Honorífico de Los Estudiantes—. Reminiscencias de Sevilla en una ciudad que se empeña en hacer de su Semana Santa una fiesta reconocida en toda España.

 Las marchas procesionales elevaron a María Inmaculada por la estrecha calle del Cordón.

 El esfuerzo de los costaleros, con más de una tonelada sobre sus pies, llevó a la Virgen a seguir los pasos de su Hijo por la Plaza de la Villa acompañada del cortejo de nazarenos.


 Allí, una saeta añadió emoción al acto.




 La Santísima Inmaculada, de Miñarro, vio allí cómo, cada año, el sol se rinde a sus pies. El ambiente místico se adentraba en las calles más complicadas. El incienso, el brillo de los cirios sobre los ojos de la Virgen, la vuelta a las intrincadas calles del viejo Madrid...

 Silencio y solemnidad en los últimos metros antes de volver a la basílica.

 Los turistas no paran de hacer fotos.



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