A la Iglesia del Convento de Santa Teresa, casa natal de esta santa universal, que el pueblo abulense conoce como "la Santa". Monasterio que como ya he apuntado se alza en el lugar donde Teresa de Cepeda y Ahumada, en el mundo, vio la luzza un 28 de marzo de 1.528.
Las puertas del monasterio se abren el Viernes de Dolores, a esa hora la primeras estrellas asoman al cielo abulense, son las 20;45 de la noche.
Túnica marrón, capa blanca, con capucha que cubre la cabeza del penitente, esa capucha cubre la identidad de muchos abulenses, sobre su pecho un escapulario carmelita. La Ávila carmelita, la Ávila de Teresa y de Juan de la Cruz hacen de las calles de la ciudad su hogar. La austeridad preside la noche. Cada hermano porta una simple Cruz de madera. Un silencio orante sobrecoge a la ciudad.
Tras los hermanos penitentes, el paso sale. Un Cristo Muerto, que llaman de los Afligidos, asoma al convento, sobre un sencillo paso de madera, sin dorar, sin más escultras ni adornos que la imagen que sobre ellos va; asoma al Convento amurallado de Ávila. Mientras el Hijo muere en la Cruz, María, expresión suprema del dolor y la angustia mira la escena rota de dolor, en su rostro el autor quiso plasmar el dolor de una madre que vio morir a su hijo en la guerra Es Viernes de Dolores.
Su recorrido se realiza por el interior del recinto amurallado, por las calles y plazas medievales, en las que llevan a cabo las lecturas de que consta el Vía Matris, con las canciones propias de este evento.
En siete plazas de la ciudad se revive un dolor de María, se medita, se hace oración y al final como una saeta un coro interpreta un motete penitencial mariano o una estrofa del Canto: Stabat Mater. Al final del canto los penitentes prosiguen su camino, mientras una marcha de tambores y cornetas marcan el ritmo meditativo de la noche. Los penitentes carmelitas meditan lo que acaban de oír, de escuchar, de revivir.
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